La inteligencia artificial generativa prefigura la vida digital. Si el gran evento geopolítico de 2023 es la guerra de Gaza, el encuentro quizá más trascendente ha sido la cumbre de Bletchley Park, donde 28 países han advertido sobre la amenaza existencial que supone la inteligencia artificial. La AI Safety Summit se desarrolló en noviembre —un año después de que se lanzara ChatGPT, un programa de generación de textos que ha causado un impacto global— en el entorno mítico donde el matemático Alan Turing consiguió descifrar el código de la máquina Enigma. Aplicado al ChatGPT, el test de Turing (una máquina es inteligente si logra engañar a una persona haciéndola creer que es un humano) daría en muchos casos positivo, creando alarma sobre un futuro poshumano, porque más allá de la capacidad de la IA para crear textos e imágenes que amenazan el trabajo de creadores como los guionistas y actores de Hollywood que han estado en huelga durante cuatro meses, esta inteligencia de las máquinas despierta el pánico secular al gólem.
Desde el robot de Metrópolis hasta el HAL de 2001: Una odisea en el espacio, la potencial rebelión de los autómatas mecánicos o digitales se ha cernido sobre una humanidad que se siente incapaz de controlar el desarrollo de la ciencia. Arquitectura Viva ya calificó a los años noventa como ‘la década digital’, documentó la casa digital en 2005 y describió en 2009 el diluvio digital experimentado por la arquitectura y la edición, para advertir sobre la ingeniería humana de la robótica en 2017 y sobre la burbuja digital del criptoarte en 2021, mientras hemos sido testigos de la invasión de la vida cotidiana por los avatares antes constreñidos al metaverso, y ahora influencers que proliferan por doquier, o de la colonización de la comunicación por bots que han agitado las elecciones estadounidenses o el referéndum del Brexit. Pero esta última manifestación de la vida digital, que supera en su repercusión planetaria la conmoción que en 2016 causó la victoria del programa AlphaGo sobre el campeón mundial del juego chino, nos sitúa en un territorio diferente e ignoto.
Las empresas tecnológicas y los gobiernos aseguran querer regular este genio antes de que salga de la botella, pero quizá es ya tarde para hacerlo, y en todo caso los actores de este drama continúan desarrollando la inteligencia artificial por temor a verse superados por la competencia comercial o militar. En un momento en que nuestros mayores desafíos son el cambio climático, los conflictos y las migraciones, la ‘singularidad tecnológica’ —la explosión sin control de la inteligencia de las máquinas— amenaza nuestra existencia como nunca antes, y tanto la ausencia de gobernanza global como la creciente fractura social dejan a la humanidad inerme. Solo la presencia de las dos superpotencias en Bletchley Park pone un acento de esperanza en un horizonte con nubarrones de tormenta. Los textos, las imágenes y las personas generadas digitalmente no son inmateriales, porque exigen cantidades ingentes de energía y agua; pero sí han conseguido desdibujar los límites de la realidad, confundiendo las voces con los ecos, y la vida orgánica con la vida digital.