Como buen ciudadano, atento a la convocatoria del alcalde de Madrid, acudí a contemplar la renovada plaza de España. Con ojo atento exigible a un arquitecto, la recorrí en diagonal, desde la esquina de Bailén-Ferraz hasta la de Princesa-Gran Vía. Vi juegos de niños colgados de pértigas tubulares de acero inoxidable, hincadas en areneros desparramados. Vi otros juegos amontonados formando un castillo estrafalario. Recorrí sendas ondulantes sorteando parterres abultados por el relleno, contenidos por bancos y bordillos de rico y caro granito, recortados con sofisticada y arbitraria geometría como si de piezas de un puzle se tratara. Me detuve en torno al monumento a Cervantes. Deambulé por el gran vacío central. Me asomé a los bordes. Y, finalmente, ascendí hasta la acera de Princesa para buscar un punto de vista que me permitiese contemplar en perspectiva la nueva obra...[+]