Siempre se dice que ‘una imagen vale más que mil palabras’. No creo que sea cierto con carácter general pero, no obstante, hay casos concretos en que este aforismo es plenamente esclarecedor. Me refiero a la deslumbrante, cara, aparatosa y engañosa maqueta en la que se ha querido sintetizar la última propuesta municipal para la ordenación de la operación Chamartín, rebautizada como ‘Madrid Nuevo Norte’.
La maqueta, ampliamente difundida por la prensa, la televisión y los folletos publicitarios de DCN (BBVA y Constructora San José), sirvió como referencia visible de los discursos fatuos y victoriosos de los protagonistas del acto de presentación, donde se anunció, para asombro y envidia de las ciudades globales, el inicio cierto de esta operación inmobiliaria estancada durante veinticinco años y hecha realidad por el actual Gobierno municipal, en un proceso consensuado entre las administraciones públicas y la gran banca. Consenso sordo a la voz y los intereses de muchos ciudadanos madrileños, especialmente de los vecinos más próximos.
Si conseguimos entornar los ojos para que el fulgor de esta fake maqueta no nos deslumbre y la analizamos, aunque sea de forma somera, descubriremos que, bajo la multitud de pirulís rosas, azules, morados y verdes, no hay nada que responda a una mínima cultura urbanística, nada que surja de un trabajo disciplinar solvente. Nada que no sea la voluntad de engañar. Con un poco de imaginación, puede vislumbrarse el método proyectual de esta propuesta ‘urbanística’: dispóngase un cubilete para dados de gran tamaño, impreso en 3D; introdúzcanse en él una torre high tech lo más alta posible, acompañada por varias torres más modestas, expresionistas o postmodern; súmense unos cuantos bloques pretendidamente racionalistas; añádanse unos cuantos volúmenes que insinúen posibles equipamientos; viértase el contenido sobre un tapete verde, a modo de gran pradera poblada de bosquetes y parterres, sobre la que corretean niños felices bien alimentados, toman el sol en bikini hermosas jóvenes rubias, corren presurosos ejecutivos bien vestidos y pasean parejas de jubilados, poseedores de una suculenta cartera. La guinda de esta gran tarta es un nuevo parque central, cuyos árboles, de «hasta 26 metros de altura», según uno de sus defensores, se alimentan y mantienen enhiestos hundiendo sus raíces en el duro hormigón con el que se construye una descomunal losa, cara e innecesaria, que cubre las instalaciones ferroviarias. Apártense coches, solo bicicletas. Apáguense los ruidos. Elimínese el gris marrón de la contaminación. Así tendremos ante nosotros el nuevo Madrid.
Lo anterior podría tomarse como una broma frívola. Pero, si la maqueta representa lo que tras ella hay como proyecto urbano, no merece una mayor reflexión, sino una renovada condena de la ya histórica operación Chamartín. En esta ocasión, una condena por la debilidad disciplinar con que se ha formulado. Y también por la perversión que supone entregar el suelo público al negocio privado para sanear las maltrechas arcas de las administraciones públicas mal gestionadas, lo cual supone una desamortización vergonzante.
Los grandes operadores financieros ligados al mundo inmobiliario, a la construcción de la ciudad, tanto aquí como en Singapur, Panamá, Londres, Shanghái o Nueva York, saben que el gran negocio consiste en la promoción, al menos sobre el papel, de grandes operaciones inmobiliarias en zonas estratégicas de las grandes ciudades globales, respaldadas por el visto bueno, el apoyo y la participación de los gobiernos locales, regionales y nacionales que cubrirán las pérdidas de los socios privados cuando las luminarias de la inauguración se apaguen antes de tiempo. Cuidado: la Défense y los Docklands deberían servirnos de advertencia.