La enfermedad geométrica
No conozco personalmente a Mauricio Pezo ni a Sofia von Ellrichshausen. Sin embargo, reconozco en ellos los síntomas de la enfermedad que yo mismo padezco. La obsesión geométrica, la repetición obstinada o la fijación un poco Oulipo en los juegos lingüísticos son desde luego rasgos de una dolencia intelectual que provoca la segregación de series, la hipertrofia formal y la fiebre del orden, afecciones que igualmente sufrimos en esta revista. Ensimismados en nuestros juegos serios, perseguimos crear especies de espacios cuya exactitud abstracta los protege de los vendavales del mundo, y en ocasiones el mundo irrumpe en ellos con la violencia vigorosa de la vida. Este empeño testarudo en la exacerbación sintáctica y sistémica es una enfermedad lírica y literaria, pero no por ello menos virulenta. Multiplicamos las reglas arbitrarias para hallar la libertad que proviene del rigor y la disciplina, y ese paisaje exigente suministra a la vez ritmo musical y sedación analgésica.
La obra de los chilenos se ha recogido en AV/Arquitectura Viva en una docena de ocasiones desde 2005, pero sólo una vez ha ilustrado un artículo. En 2014 cumplimos 30 años y 400 números, y lo señalamos publicando en Arquitectura Viva un extenso texto redactado tres décadas antes, ‘Treinta y dos elementos’, donde el Pabellón de las 120 puertas —que era por cierto la única imagen de un autor vivo— entraba en resonancia con la Casa de las Puertas y las Ventanas que Borges y Bioy Casares, en sus Crónicas de Bustos Domecq —publicadas hace ahora medio siglo—, atribuyeron jocosamente al apócrifo maestro Verdussen. Parece quizá apropiado que hoy, en el umbral de nuestras 500 publicaciones, regresemos al trabajo de Pezo von Ellrichshausen documentando 32 proyectos que recorren su trayectoria completa, y que expresan elocuentemente la pasión que compartimos —mes semblables, mes frères— por «los lúcidos placeres del pensamiento y las secretas aventuras del orden».
Fraternales en la enfermedad compartida que tiene el ‘serio ludere’ como divisa, los arquitectos proponen homotopías que adolecen del conflicto laberíntico entre la abstracción y la vida, pero es precisamente la reducción extrema de esas geometrías esenciales lo que les otorga su pulsión poética. Si nuestros 32 elementos llevaban al límite la exagerada simetría que permiten las potencias de dos agrupándose en cuatro cuádruples parejas, aquí la narración es cronológica, y los 32 proyectos actúan como piedras blancas que marcan en el bosque un camino de creciente exigencia y depuración. Termino pues como entonces, citando al Juan Ramón Jiménez del exilio americano, que resuena bien con las estructuras espaciales de los chilenos: «Destino —¡sí!—, por estas treintidós/ventanas, puertas de mi colmena... Por ellas entran, salen mis ideas,/por ellas mis palabras y mis sueños/mis músicas, mis líneas,/las ondas de mi ser y de mi estar.»
La enfermedad geométrica es una dolencia lírica.