El viaje en paracaídas
Como el Altazor de Vicente Huidobro, Alejandro Aravena nació a los 33 años. Tras su formación en Santiago de Chile y Venecia, con el cambio de siglo fue a enseñar a Harvard, fundó Elemental e inició el proyecto de Quinta Monroy, una experiencia ejemplar de vivienda social que alumbró una carrera vertiginosa, fundamentada en sus dotes de liderazgo, su carácter carismático y su ambición estratégica. Aunque ya habíamos publicado su Facultad de Matemáticas en Arquitectura Viva 85, en mi propio radar apareció con fuerza en 2003, cuando tuve ocasión de participar, —junto a Jorge Silvetti, Paulo Mendes da Rocha y Rafael Moneo— en el jurado del concurso Elemental, una iniciativa de la Universidad Católica para construir vivienda de bajo coste, dirigida por los jóvenes arquitectos e ingenieros agrupados en la oficina del mismo nombre, y que habían encontrado en Harvard un laboratorio para su empeño, descrito con aplomo como el tercer gran experimento moderno de vivienda, tras la Weissenhofsiedlung de Stuttgart en 1927 y el PREVI de Lima en 1969.
Desde aquel concurso he seguido con admirada atención las vicisitudes de la trayectoria de Aravena, visitado sus obras en algún viaje posterior a Chile, y escuchado la presentación de su trabajo en congresos como el de Pamplona de 2010, realizado sólo unos meses después del terremoto y tsunami que asolaron Chile y dieron lugar al formidable esfuerzo de Elemental para reconstruir la ciudad de Constitución y proteger el territorio costero de futuras catástrofes, una experiencia que Aravena había relatado en Arquitectura Viva 129. Por entonces el arquitecto había ya recibido un encargo de Rolf Fehlbaum para construir un taller en el campus de Vitra —compañía para la que también diseñó Chairless, una cinta inspirada en prácticas indígenas que sustituye a un asiento convencional—, había sido nombrado miembro del jurado del premio Pritzker y Fellow del Royal Institute of British Architects, y completado obras singulares como las Torres Siamesas de la Universidad Católica, que daban una dimensión diferente a su compromiso continuado con la vivienda social.
Las etapas posteriores de su itinerario estarían jalonadas por hitos como la terminación en 2014 del Centro de Innovación, que fue portada de Arquitectura Viva 168; su designación en 2015 como comisario de la xv Bienal de Arquitectura de Venecia; y su obtención en 2016 del premio Pritzker, una distinción que marca un cambio de rumbo en un galardón hasta ahora más motivado por los méritos artísticos que por la intención social. Las ‘medias casas’ de Elemental prestan tanta atención a la participación popular y a los mecanismos financieros como a los factores estéticos y al idioma propio de la disciplina, pero no son por ello ‘medias arquitecturas’, sino emblemas de una nueva actitud ante la vivienda y la ciudad: una forma de hacer frente a los dilemas del presente que tiene raíces en las mejores experiencias de los años 1960, lugar de origen del viaje en paracaídas de un Alejandro Aravena que, dejando la zona de confort del lenguaje sólo arquitectónico, muestra haber aprendido la lección esencial de Altazor: «se debe escribir en una lengua que no sea materna».
Luis Fernández-Galiano