Opinión 

La década rosa

Tránsito trivial por los años ochenta

Opinión 

La década rosa

Tránsito trivial por los años ochenta

Luis Fernández-Galiano 
31/10/1989


Los ochenta pasarán a la historia como una década rosa: una década próspera, conformista, ligera, maquillada y sentimental. Una década de política rosa como las mejillas de Reagan o la mano extendida de Gorbachov, como las ideas de González o los hechos de Mitterrand. Una década de economía rosa, de crecimiento burbujeante y dinero ostentoso, y cuyos protagonistas populares, los Trump y los Iacocca, circularon por el mundo de Khashoggi, Onassis, Gucci o Hefner con la misma naturalidad que nuestros Boyer, Mariano Rubio o Mario Conde transitan por la piel satinada de las revistas del corazón. Una década de cultura rosa, de películas coloreadas y ficciones lacrimógenas, de fantasías amables de Steven Spielberg y series televisivas mullidas y narcisistas, de trivial pursuits y estéticas blandas. Una década en la que la esperanza ha sido rosa más que verde, las pasiones rosas y en sordina. Así, en tonos rosas, y con la eclosión del SIDA, ha sido rosa el propio miedo. Una década, en fin, rosa y material como Madonna.

Veloz e interactiva

Tan voluntariosamente rosados han sido los ochenta, que las agresiones al planeta o las quiebras técnicas y sociales han disfrutado solo de efímeros momentos de atención bienintencionada: la perestroika ha hecho olvidar Chernobil, el Voyager al Challenger, el Acta Única al pánico bursátil del 87; los nuevos ricos han hecho olvidar a los nuevos pobres, África es un concierto de rock, la deuda es de otros y sus víctimas están lejos. Esta década acolchada ha sido también veloz e interactiva, colonizada por una maraña de fax y parabólicas, parpadeante en un universo saturado de imágenes, tan abundante que la inquietud del zapping ha devenido un modo de defensa indiferente. El retorno a la vida privada ha venido acompañado por un desplome de la fertilidad, la pérdida del fervor por un desplazamiento de los fundamentalismos a periferias inciertas; se ha producido una implosión acelerada de comportamientos y demografías, esmaltada por el desencanto político y la aceptación distraída de un capitalismo light: rosado y leve.

La economía ecuménica y la catolicidad catódica han cristalizado en un mercado global de dinero e imágenes que se desplazan, se reflejan y se confunden. No hay dinero sin imágenes, ni imágenes sin dinero: no hay negocio que no sea un show business, ni sistema que no sea un star system; se habla de la cultura de las empresas y de las empresas de la cultura, del arte del mercado y del mercado del arte; la apariencia lo es todo, y nada es más importante que el look, el diseño y la «marca». Esta década mediática y rosa, obsesionada por el cuerpo, lo ha estado sobre todo por el aspecto y la forma: la forma física lo mismo que la forma material de los objetos y los espacios.

Nuevas coordenadas

La arquitectura se ha adaptado sin violencia a las nuevas coordenadas funcionales y formales. Ya no se construyen viviendas sociales o escuelas, sino edificios de oficinas, centros comerciales y museos. Los parques de atracciones, aún ardiendo, se transforman en laboratorios de imágenes para el consumo popular; posmodernos y deconstructivistas se aplican a ellos con idéntico empeño, y tanto Graves como Gehry construyen en Disneylandia, convertida en el nuevo paradigma: un paradigma rosa.

Al final, los personajes han desbordado a las arquitecturas: Oíza es un invitado frecuente de las tertulias televisivas, Moneo aparece en los suplementos dominicales de los periódicos y en las revistas femeninas, Bofill anuncia tarjetas de crédito y automóviles, Bohigas escribe unas memorias tan celebradas como las de Barral o Pániker: ya no es Tusquets el único arquitecto más conocido que sus edificios. Durante los ochenta, la forma desplazó a lo social; al término de la década rosa, la atención se dirige hacia el rostro más o menos maquillado de la arquitectura como hacia el arquitecto.

Probablemente, en los noventa, «ceci tuera cela»: el arquitecto matará a la arquitectura; pero será con una sonrisa rosa.


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