Opinión 

La cortesía del detalle

Luis Fernández-Galiano 
31/08/2002


El detalle pequeño es grande. Lejos de ser una minucia, con frecuencia es el núcleo de condensación en torno al cual se configura un proyecto, el eje sobre el que gira su lógica interna y el punto de apoyo de su proyección estética. Los profanos tienden a pensar que los edificios se conciben en un proceso de aproximaciones sucesivas, iniciado con unos croquis inspirados y gestuales en el reverso de un sobre y conducido a través de una secuencia de ampliaciones hasta la definición meticulosa de cada fragmento de la obra; sin embargo, ese recorrido de lo general a lo particular y de la escala urbana a la precisión constructiva se complementa por lo común con un trayecto inverso, mediante el cual, tras un zoom vertiginoso que desciende hasta el detalle, las decisiones materiales adoptadas en la escala más menuda se trasladan al ámbito de las dimensiones intermedias, que resultan contaminadas y vivificadas por el injerto de lo físico y concreto en el reino más abstracto del orden espacial. Este mecanismo iterativo es un círculo virtuoso que anuda la coherencia técnica y visual de la obra, y un dinámico generador de excelencia arquitectónica.

Al igual que advertimos la voz del escritor en una línea y detectamos al artista en la pincelada, reconocemos el lenguaje del arquitecto en el detalle. Más allá de grandes estructuras narrativas, y más acá de ambiciosas propuestas figurativas o simbólicas, la emoción y la belleza del idioma de las artes reside en el temblor de una metáfora, la vibración de un color o el diálogo violento de dos materiales. Si nos conmueve menos el argumento que la textura, es porque la singularidad habita en esas menudencias esenciales que diferencian carácter y manera. Carlo Ginzburg nos animó a buscar la verdad en los indicios, y es posible que lo genuino se oculte también en las trazas minúsculas que deja tras de sí la reflexión prolija y la caligrafía entrenada. El edificio es parte de un ecosistema territorial, y puede contemplarse como un organismo de rigurosa anatomía y fisiología exigente; pero no por ello deja de ser una construcción celular, cuya especificidad puede hallarse en su huella genética, su salud en sus tejidos, y su atractivo en los matices minuciosos de su epidermis táctil, patinada o sedosa bajo el escrutinio sensual de la mirada.

Esa individualidad del rastro en el fragmento es también el fracaso del proyecto ilustrado, que procuró racionalizar la producción de edificios a través de la normalización de sus detalles, en una persecución admirable y estéril del esperanto constructivo, y en una búsqueda tan tenaz como extraviada de la objetividad arquitectónica entre una fronda confusa de subjetividades en conflicto. Al cabo, las grandes obras emblemáticas que ponen el detalle al servicio del símbolo devienen logos urbanos en todo ajenos a la pauta o la norma, porque su valor como hito ciudadano o marca empresarial se basa en lo inesperado de su hallazgo. Estas arquitecturas mayores son también arquitecturas al por menor, ya que su pormenor constructivo es con frecuencia una laboriosa artesanía que las transforma en arquitecturas al detalle, trajes a medida que conjugan la pericia del corte y la calidad del tejido con su condición de modelos exclusivos. Pero ya sea charnela del proyecto, vocabulario de autor o instrumento de un signo, el detalle es sobre todo un rasgo de cortesía arquitectónica y amable urbanidad. ¿Son sólo detalles? Seamos detallistas.


Etiquetas incluidas: