Toda vanguardia se reconoce en la modernidad, pero no toda la modernidad se reconoce en las vanguardias: tal es el punto de partida de Arqueologías de la modernidad en las artes, un ‘ensayo estético’ en el que Simón Marchán Fiz desvela con maestría los principios complejos y muchas veces contradictorios que dieron forma a la modernidad artística.
Escribo ‘ensayo estético’ con comillas porque, pese a que el autor reconozca que el tono y la libertad con se mueve por los temas y épocas obligan a utilizar el término ‘ensayo’ en lugar de otros presuntamente más respetables como ‘historia’, el libro carece de la ligereza banal que hoy asociamos con el género ensayístico, y no renuncia a la densidad conceptual tan característica de su autor, ni tampoco a su método fructífero de combinar fragmentos para crear un nuevo discurso: ese método que Lévi-Strauss denominó bricolage, y que Schiller tildó, con mucha y extraña poesía, de «hermafroditismo del conocimiento».
Amén de como bricoleur, Marchán actúa en este libro como un arqueólogo que indaga con libertad en las raíces modernas. Lo hace agavillando una serie de artículos publicados a lo largo de varias décadas, y retomando el hilo enhebrado en su anterior libro, La disolución del clasicismo y la construcción de lo moderno, de manera que si este presentaba el proceso de transformación que permitió pasar de los lugares comunes clasicistas a las perspectivas del Romanticismo, el volumen que nos ocupa aborda la rápida disolución del paradigma romántico. Una disolución que afectó especialmente a la idea de ‘sustancialidad’, es decir, a la noción de que el arte podía sostenerse en principios estables y trascendentes como el Espíritu o la Naturaleza.
Marchán muestra, en este sentido, que la voladura del efímero marco romántico puede entenderse como una doble giro a la ‘accidentalidad’. Por un lado, a la accidentalidad exterior, que ya no busca en los objetos naturales o artificiales una cifra espiritual, sino la simple aparición de lo efímero, de todo aquello que Baudelaire asoció con la «belleza del presente». Y por otro lado, la accidentalidad interior, volcada en esos acentos psicologistas y primitivistas que comenzó a experimentar el arte a mediados del siglo XIX.
Con pericia literaria, el autor trata el tema de la accidentalidad sobre todo en la primera parte del libro, donde presenta algunos ‘grandes momentos’ de la construcción del arte moderno: desde el Realismo de Courbet y Baudelaire, y su descubrimiento de lo efímero, lo ordinario y lo feo, hasta la emergencia del Cubismo y sus componentes fenomenológicas, el Futurismo y la percepción dinámica, o el Simbolismo en su doble vertiente de retorno a la psique y a lo primitivo.
Esta compleja red de transformaciones —que afectaron a algo tan fundamental para el arte como la idea de ‘representación’— no fue sino el primer paso para una transformación más ambiciosa, la revolución abstracta, que el profesor Marchán Fiz aborda dando cuenta de varios temas: la construcción del ‘principio de abstracción’ a través de las analogías de la pintura con la música o la literatura, pero también la búsqueda del ‘grado cero’ del arte que definió a maestros precursores como Kandinsky, Malévich o Mondrian, o de esa ‘abstracción potenciada’ que fue la arquitectura moderna.
El libro se completa con el último y más radical giro moderno, el conceptual, por el que el arte aspiró a desligarse de su propia artisticidad, para apropiarse, con una ambición desaforada, de la vida cotidiana. Un giro presentado a través de una selección que contiene algunos temas previsibles como el Dadaísmo o el Constructivismo, pero también otros menos conocidos pero sorprendentes, como la estética del desperdicio en el Merzkunst de Schwitters.
De este modo canónico y a la vez personal, el autor compone un apasionante caleidoscopio que nos recuerda al cabo que las obras modernas todavía no han llegado a superar a las ideas modernas, y que han dejado excedentes utópicos que siguen esperando a actualizarse.