Opinión 

La casa particular


La casa particular es general. Lo resume con ironía leve la canción infantil: «el patio de mi casa es particular; cuando llueve se moja como los demás.» Sometido a los rigores de lo universal, el reducto singular de la casa se pliega al clima lo mismo que a la técnica, los hábitos o las modas: en ese espacio privado reverbera lo público. Se piensa que la casa, albergue de sueños individuales y fantasmas familiares, pertenece al ámbito de la psicología; pero su condición estadística la localiza también en el dominio coral de lo sociológico. No hay expresión mejor de su dimensión colectiva que el adusto apelativo ‘vivienda unifamiliar’, un abrupto zoom semántico de lo genérico a lo específico que es casi un retrato de la sociedad actual.

Y no, la casa particular tampoco es especial. Fingimos creer que es un laboratorio de arquitectura, pero los experimentos con frecuencia se reducen al campo de la plástica: pocas veces se exploran innovaciones materiales o formas diferentes de habitar. Al final, la inercia acorazada de la costumbre se impone al burbujeo propositivo de la imaginación; si el habitar es hábito, la rutina teje la urdimbre previsible y plácida de la casa común: común porque a todos acoge y común porque su trama es corriente a fuer de conocida. En la casa particular no hay mucha incertidumbre; la emoción se fatiga en los detalles, y el relato camina hacia el esperable desenlace: quizá porque, al cabo y a la postre, esta casa no tiene nada de particular.

En otros momentos, la casa moderna ha sido una aspiración popular y el símbolo de una vida confortable, desembarazada de ritos y liturgias añejas. Hoy es una fracción de la demanda inmobiliaria, más una seña de identidad que de estatus, y apenas una marca estilística en un universo abigarrado de signos. Los arquitectos más jóvenes persiguen el espíritu de los tiempos en las construcciones virtuales del mundo digital o en el paisaje artificial del territorio hipermoderno, pero su búsqueda sólo delimita un ámbito estético que se suma al centón de propuestas del fracturado panorama de la creación contemporánea. Aunque no inventan el futuro, se crean en él un nicho ecológico; son, a fin de cuentas, un caso particular.

Es posible que la casa particular no sea extraordinaria; y es seguro que posee carácter universal. Ninguna experiencia lo manifiesta con tan generosa elocuencia como las llamadas casas de rifa de Montevideo, proyectadas por estudiantes de arquitectura uruguayos y sorteadas en una lotería que financia su viaje de un año alrededor del mundo. Por un lado, las casas reflejan el momento puntual del debate crítico; por otro, facilitan un nomadeo planetario en busca de las fuentes cosmopolitas de lo general. Mientras permanecen detenidas en el instante de su génesis, estimulando en tomo suyo el movimiento aleatorio, estas casas particulares y universales suministran la mejor imagen del azar de la época y la necesidad del mundo. 


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