Mirando a la vez el pasado y el futuro, el dios romano de los umbrales y los tránsitos abrevia bien la trayectoria caudalosa de Manuel y Francisco Aires Mateus, dos hermanos y dos estudios que utilizan la geometría para iniciar en cada obra un camino que conduce del lugar a la vida. Tras el aprendizaje del oficio en la oficina de Gonçalo Byrne y una etapa de práctica profesional autónoma, los Aires Mateus adquirieron voz propia al iniciarse el siglo XXI, con un puñado de obras de extrema radicalidad compositiva caracterizadas por la expresividad escultórica, el detallado exquisito y la voluntad poética. Esas piezas líricas y livianas, construidas apenas con geometría y luz, y que nos interpelan con la fuerza sintética del verso de Pessoa —As arestas fitam-me/ Sorriem realmente as paredes lisas— deslumbraron a cuantos estamos atentos a la arquitectura portuguesa, avanzando en el camino abierto hace tiempo por el maestro de toda esa generación, Álvaro Siza.
En el desarrollo ulterior de su trayecto creativo, la sociedad fraternal de los Aires Mateus amplía su abanico formal y material, desdibujando los límites del edificio con el exterior, la topografía o lo existente, cruzando la frontera entre el silencio y la memoria, y declinando la lengua universal de los elementos de la arquitectura sin que el empleo de este esperanto les impida interpretar las palabras —como en su día reclamara Susanne Langer— en una clave antropológica que les otorgue peso y densidad. Este enriquecimiento del vocabulario arquitectónico, que hace de cada nuevo proyecto un descubrimiento inesperado, y que amalgama la abstracción heroica de sus comienzos con un copioso repertorio figurativo extraído de lo histórico y lo vernáculo, no se ejecuta sin embargo renunciando a mantener su devoción inalterada por «los lúcidos placeres del pensamiento y las secretas aventuras del orden», para utilizar la frase exacta de Jorge Luis Borges.
He croquizado las veinte obras que siguen de este estudio bifronte para buscar el hilo conductor que anuda su arquitectura sincrética, y acaso el más nítido conduce desde la pureza virginal, desmaterializada y blanca de sus inicios hacia la variedad fértil y grave de los proyectos sucesivos, que se despliegan en un paisaje de senderos que se bifurcan, conduciendo hasta la sorpresa del hallazgo. Me atrevo a resumir esa tensión con las dos últimas líneas de dos poetas ibéricos, desaparecidos ambos con pocos años de diferencia. Cuando Antonio Machado murió en Colliure, en el bolsillo de su gabán se encontró un papel arrugado con un alejandrino melancólico, «estos días azules y este sol de la infancia»; y el día anterior a su muerte en Lisboa, Fernando Pessoa escribió a lápiz en un papel de copia «I know not what tomorrow will bring». Entre los días azules de ayer y la incertidumbre testaruda del mañana transita quizá la obra de este Jano geométrico.