La arquitectura necesita la industria, pero no es frecuente que la industria reclame al arquitecto. Transcurrido más de un siglo desde la fundación del Werkbund, la necesaria fertilización cruzada entre el arte y la fábrica es, en muchos ámbitos geográficos, más una aspiración que un proceso. En los albores del siglo XX, Alemania se propuso remediar su retraso productivo respecto a británicos y norteamericanos amalgamando el arte con la industria, de manera que sus manufacturas pudieran competir con éxito en los mercados del mundo; en los inicios del XXI, el país es sinónimo de excelencia industrial y músculo exportador, mientras la Europa mediterránea forcejea con sus propias deficiencias productivas, reticente a las reformas por más que la brecha económica entre el norte y el sur del continente se agigante sin pausa. Acaso en estas latitudes necesitamos un nuevo Hermann Muthesius que no tome Das englische Haus como modelo, sino los logros de la industria de la construcción en Alemania.

Preguntada por los sentimientos que Alemania le inspira, Angela Merkel dio una respuesta que se ha citado a menudo desde entonces: «¡Pienso en ventanas estancas! Ningún país puede hacer ventanas tan herméticas y bonitas (dichte und schöne Fenster)». Sea o no, como razona Timothy Garton Ash, un ejemplo ilustrativo de esa ‘banalidad del bien’ que resume las virtudes de la actual República Federal, la observación de la canciller se sitúa en exacta continuidad con los debates del Werkbund sobre la necesidad de desarrollar tipos (Typisierung) para estandarizar los elementos del edificio, y para que la construcción se beneficie de la precisión de acabado de la industria. «La exportación exige —como diría Muthesius a sus colegas reunidos en Colonia en 1914— grandes firmas eficaces, de gusto impecable.» Peter Behrens materializaría por entonces esa fusión de diseño e industria en la AEG de Rathenau, y su experiencia podría aún servir de referencia para muchas de nuestras empresas.

Tanto las formas de expresión de los elementos normalizados producidos por la máquina como las formas de organización de los procesos industriales son todavía ajenas a la educación y a la práctica de buena parte de los arquitectos, incómodos ante la estética ingenieril y resistentes frente a la inflexibilidad de la fábrica. Y lo propio ocurre con una pléyade de pequeñas empresas artesanales de construcción, devastadas hoy por la ‘destrucción creativa’ que teorizaron Werner Sombart y Joseph Schumpeter como resultado saludable de las crisis, pero pese a todo confiadas en renacer de sus cenizas y regresar al business as usual tan pronto como cambie la dirección del viento, sin comprender que la actual es una fractura sistémica sin retorno posible. Nuestro futuro es la industria, y die Selbstbehauptung Europas, la Europa competitiva y sostenible a la que aspira Alemania y el resto del continente, exige una transformación radical del sector de la construcción y de la mentalidad de los arquitectos.


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