Opinión 

Bulbos de tulipanes

Luis Fernández-Galiano 
30/06/2000


La joven arquitectura flota en una burbuja especulativa tan fascinante, insensata y frágil como la experimentada por el comercio de tulipanes en el siglo XVII. Aunque este número recoge diversas tendencias, ninguna es hoy tan influyente como la originada en unos Países Bajos que exportan tulipanes, televisión basura y arquitectura alterada. En 1636, la «fiebre de los tulipanes» llevó allí la cotización de los bulbos a cotas vertiginosas, desde las que se desplomaron en febrero de 1637, suministrando un caso ejemplar para los textos de economía. Este año 2000, la fiebre del programa televisivo holandés Gran Hermano se ha extendido por el mundo, recalentando los ratings con sus desperdicios comunicativos; y la concesión del Pritzker a Rem Koolhaas ha elevado hasta niveles insólitos la temperatura mediática de la corriente que encabeza el arquitecto de Rotterdam. Pero ninguno de estos dos episodios de la nueva economía simbólica ha conocido aún el derrumbamiento de los tulipanes.

Siempre indecisa entre la belleza efímera de la flor y la seducción saducea de la audiencia, la última arquitectura experimenta una hinchazón gráfica que algunos interpretan como excitación vigorosa y otros califican de inflamación mórbida. Saludable o enferma, esta intumescencia informática hacina con sus representaciones acaloradas el entero espectro del debate arquitectónico: las exposiciones y los concursos, las escuelas y los encuentros, las revistas y los sitios en la red crepitan con el hervor de una acumulación de formas fervorosas y febriles. Como los antiguos cultivadores de tulipanes en Haarlem o Utrecht, muchos de estos jóvenes arquitectos creen haber descubierto una alquimia económica que transforma las cebollas en oro, y cegados por la efervescencia de las cotizaciones simbólicas en esa «Bolsa de los locos» en que se ha convertido nuestro Nasdaq estético, se llegan a considerar genuinos trendsetters cuando en la mayoría de los casos no son sino fashion victims.

Pero, al igual que la selección holandesa de fútbol, esta «naranja mecánica» arquitectónica parece estar perdiendo fuelle, y las formas que deslumbraron a los jóvenes de ambos lados del Atlántico muestran cada vez más su condición autista y ensimismada, característica quizá de una cultura crecientemente desestructurada que asiste impasible al deterioro de su capital social, pero síntoma también de un malestar colectivo que utiliza el exotismo domesticado como un narcótico analgésico. El comercio electrónico de experiencias, que actualmente coloniza las pantallas de televisión y los monitores de la red, suministra la versión más narcisista y triste del homo ludens descrito por Huizinga, en la forma de un gran hermano arquitectónico que procura o finge moldear los espacios y las vidas ajenas cuando se limita a contemplar su rostro en un espejo. Los bulbos de tulipanes son hoy bulbos de narcisos.


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