Miramos a los jóvenes para adivinar los perfiles del mundo que viene. Sin embargo, los trabajos de las últimas generaciones contienen más deseos que pronósticos. Empujados por un sistema que basa el reconocimiento en la singularidad, la mayor parte de los arquitectos emergentes se esfuerza en hacerse notar dentro de un paisaje abigarrado donde sólo la excepción garantiza una efímera popularidad. En esa sopa de letras, alimentada también por unos medios que veneran la novedad como combustible de una acelerada mudanza de modas y tendencias, los jóvenes estudios procuran afianzar sus siglas como único camino hacia la estabilidad profesional o personal, y este proceso premia más lo distintivo que lo compartido, más lo original que lo repetible, y más los gritos que los susurros. Aunque pertenecen a una generación cronológica, las obras y proyectos de los arquitectos recientes no dibujan un panorama solidario y, en ausencia de un propósito coral, reflejan esencialmente la extrema diversidad de sus intenciones.
Seleccionar un conjunto representativo de oficinas emergentes es siempre una apuesta de riesgo, y en esta excursión a oscuras nos hemos guiado por varios límites arbitrarios y algunos indicios inciertos. Los límites han sido el inevitable de la edad —fijada en los habituales cuarenta años— y la decisión de publicar un solo equipo por país, independientemente de su dimensión económica o demográfica, un criterio discutible que empero permite hacer la lista manejable, habida cuenta de que este número amplía su ámbito geográfico (constreñido a España o Europa en anteriores recopilaciones de arquitectura joven en nuestras revistas) a todo el planeta. Por su parte, los indicios utilizados para confeccionar la relación han sido los numerosos premios que se otorgan a despachos primerizos y el que supone haber completado al menos una obra. Así, tanteando las paredes de edades o países, y entornando los ojos para percibir la débil claridad de los reconocimientos y los logros, se ha elaborado nuestro índice.
Resultado de este proceso exigente y azaroso, la lista de equipos que se ofrece—ilustrado cada uno con una obra y un proyecto— está esmaltada de inconsistencias, y acaso de hallazgos. Faltan países significativos, y otros están representados por estudios de ubicación equívoca; hay arquitectos que llevan una década emergiendo, y otros que siendo oficialmente jóvenes dirigen oficinas de envergadura; aparecen despachos plenamente locales en sus miembros y encargos, y otros tan cosmopolitas en su composición como en la dispersión geográfica de las obras. Estas arrugas y agujeros enredan la relación cartesiana, pero dan también textura y espesor a este retrato de humo: en él se vislumbran sombras evanescentes y sueños imprecisos junto a chispas de pedernal y reflejos de acero. No es fácil saber si el conjunto anuncia la niebla o el incendio, pero su penumbra vaporosa compone una representación pixelada de un mundo en fragmentos, y en esas esquirlas de espejo no vemos lo que viene sino lo que somos.