Vuelve el edificio. En los últimos tiempos, la ampliación de los límites del discurso crítico de la arquitectura ha desdibujado el que solía ser su núcleo esencial. Con la extensión de la disciplina a campos colindantes, y con el desprestigio merecido del objeto ensimismado, el edificio adquirió una presencia embarazosa, al ser demasiado grande para pasar inadvertido, y demasiado evidente para merecer una exploración detallada. Disuelta primero en la ciudad, y después en el concepto más amplio del paisaje, la materialidad rotunda de las construcciones singulares acabó desvaneciéndose en las geografías ingrávidas del mapeo y en los relatos inagotables del proceso. Tras las instalaciones efímeras del arte, los diagramas sociológicos, los gráficos económicos y las abstracciones políticas ocuparon el centro del escenario de debate, desplazando el edificio a sus márgenes vergonzantes.
Si sobre todo ello nos referimos a grandes obras, realizadas por grandes arquitectos para grandes instituciones en grandes ciudades, la valoración crítica de los edificios corre el riesgo de enfrentarse al tsunami de lo hoy políticamente correcto. En el caso de juzgar imprescindible la documentación y el comentario de edificios, que los elegidos sean al menos obras pequeñas, ejecutadas por arquitectos desconocidos para clientes populares en emplazamientos indiferentes. Sin embargo, tanta virtud arquitectónica puede hallarse en las colosales sedes aquí publicadas como en las modestas realizaciones de las que nos hemos ocupado en números anteriores. Grandes o pequeños, son edificios que merecen un análisis detenido de las circunstancias de su encargo o de su implantación urbana, pero también de su materialización técnica, su organización funcional y su expresión simbólica.
Evitando el anatema del objeto, proponemos la lectura minuciosa de las obras como un recurso de disección pedagógica, porque la gran arquitectura es siempre alimenticia, y eso es precisamente lo que hacen los tres críticos —François Chaslin, Jonathan Glancey y Fulvio Irace— invitados a evaluar las tres obras más recientes de tres grandes despachos europeos. Son todos ellos edificios edificantes, y no lo son tanto por su condición virtuosa sino por su capacidad de infundir excelencia a través de la emulación. La disciplina arquitectónica, desflecada por su dispersión en un centón de territorios ajenos, puede obtener frutos de su retorno al núcleo histórico de su actividad. Algunos juzgarán esta una actitud arcaizante, pero hay ocasiones en que arroja más luz el pasado que el presente, y lugares donde son más nutritivas las raíces que los vientos. Vuelve el edificio que nunca se fue.