Del bosque metálico al bosque cerámico

El Pabellón de España en la Expo de Zaragoza recuerda, con su fronda de esbeltas columnas, al que representó al país en Bruselas en 1958.

Luis Fernández-Galiano   /  Fuente:  El País
30/04/2009


Medio siglo después de la Expo de Bruselas, otro pabellón español ingresa en la historia de nuestra arquitectura. A la sombra del Atomium, José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún extendieron un palio de paraguas exagonales que colonizaban un parque con sus fustes esbeltos, creando un bosque luminoso y metálico que supo utilizar la naturaleza efímera del pabellón para expresar la voluntad modernizadora de un país que comenzaba a salir de una larga noche económica y social, y para fusionar el talento lírico y mecánico de sus autores con las corrientes orgánicas por entonces activas en el escenario internacional. Fue una obra memorable que señaló un punto de inflexión en la arquitectura española del franquismo, y su triste reconstrucción en la Casa de Campo madrileña —degradada por la usura del tiempo y el olvido— hace escasa justicia al esplendor de su memoria heroica, cosmopolita y vanguardista, con la delgadez lacónica del que se quiere ligero de equipaje, liberado de gravedad histórica por su condición ligera de diseño portátil, y con la apariencia industrial del que sueña con la técnica e interpreta en su idioma un pasado de tracerías geométricas y espacios hipóstilos. Cincuenta años más tarde, a orillas del Ebro, Francisco Mangado ha levantado como Pabellón de España en la Expo de Zaragoza un bosque cerámico que se mide sin empacho con su ilustre predecesor, integrando como él muchas de las inquietudes contemporáneas en una síntesis feliz.

El plano de los arquitectos y la foto de época reflejan el extraordinario ingenio y ligereza de los paraguas.Cincuenta años separan los delicados paraguas metálicos exagonales de Corrales y Molezún en la Expo de Bruselas de la densa celosía de pilares cerámicos que rodea el pabellón de Mangado en la Expo de Zaragoza. 

El pabellón de Zaragoza, como todas las obras que trascienden su propio tiempo, se presta a una multitud de interpretaciones, reuniendo lecturas que lo integran en las polémicas de nuestra época con otras de naturaleza intemporal, y amalgamando un cúmulo de referencias históricas y actuales en una conjunción sincrética que la convención retórica denomina poliédrica, pero que la figuración del edificio anima más bien a describir como fascicular. Facetas distintas de un sólido cristalográfico o haz apretado de fibras diferentes, este caleidoscopio o madeja de tangencias se pixela o teje con elementos antitéticos, que se van enredando en parejas finalmente complementarias. Por un lado, el pabellón integra la dualidad romanticismo/clasicismo, apocopada en el contraste entre sus dos metáforas más inmediatas, el bosque esencial y la columna clásica; por otro, supera la oposición obstinada entre artesanía e industria mediante un proceso constructivo que transita desde los talleres donde las piezas se diseñan en diálogo hasta la obra donde se montan casi en seco; finalmente, encuentra un camino intermedio entre figuración y abstracción al reconciliar las alusiones fácilmente reconocibles que demanda el público masivo de una Expo con la rigurosa exigencia de depuración en los detalles característica de la obra del arquitecto navarro, que aquí alcanza una cota de singular madurez, dominio del oficio e intensidad expresiva.

Los pilares perimetrales, con estrías que evocan las acanaladuras de una columna clásica (usadas también en los objetos de merchandising), filtran la luz natural, moderando el  impacto solar directo en el interior del pabellón. 

Templo períptero y bosque primigenio, el pa-bellón es en primer lugar cultura y naturaleza, reinterpretando los fustes estriados de la columna clásica con cilindros de acero forrados de piezas cerámicas que evocan la corteza de los árboles, pero cuyas acanaladuras y juntas recuerdan también a los tambores de piedra del más esbelto jónico, reconstruyendo de paso el origen lígneo de los órdenes griegos. Clásico pues en su disciplina dimensional y modular, romántico en su abigarrada profusión de soportes —que combinan diferentes diámetros y grados de cocción de la cerámica—, el edificio reúne la regularidad pautada y homogénea de sus 750 columnas erguidas como soldados con la variedad pintoresca y azarosa de sus distintos tamaños y tonos de color; el orden estricto del sometimiento a la cornisa ingrávida y continua con la adaptación cabal al desorden caprichoso de la topografía; y la reiteración militar de la empalizada de fustes con la geometría triangular y truncada de la planta indiferente.

En segundo lugar, la obra de Zaragoza lleva a término un ejemplar proceso de construcción, donde tanto los talleres cerámicos como los de metalistería han colaborado con el arquitecto en el diseño de revestimientos y carpinterías, salvando la distancia entre artesanía e industria con un sistema de ensamblaje que fertiliza la sabiduría vernácula incorporada en las piezas con procedimientos prácticamente fabriles de puesta en obra. El diseño industrial —en el que Mangado ha dado ya tantas pruebas de excelencia— se encuentra aquí con la tradición cerámica mudéjar para levantar un edificio cuya autoría es al tiempo individual y colectiva, porque siendo orquestado con violenta precisión por un director exigente incorpora también el conocimiento anónimo o coral de muchos artífices, y donde la elección de materiales inusuales —como el corcho de los techos, empleado habitualmente en el aislamiento de frigoríficos industriales— procura mejorar la economía de la ejecución y dinamizar a través de la innovación sectores productivos todavía rutinarios.

Por último, el edificio es fiel al laconismo en los detalles y el gusto por la materia desnuda que dis-tinguen el trabajo del arquitecto, pero no vacila en incorporar los rasgos figurativos e incluso ilusionistas que demanda un pabellón de este género, con ese bosque cerámico que flota inmaterial sobre una lámina de agua, multiplicándose en reflejos y le-vantándose entre nubes de vapor que refrescan el ambiente, afirmando su identidad en un contexto sin cualidades —al inicio del proceso por la falta de referencias, y a su término por el exceso y algarabía de las mismas— a través de una fronda de columnas, algunas de las cuales son portantes y otras simplemente lo fingen, ocultando su papel escenográfico de la misma manera que la organización estructural del edificio embosca su heterogeneidad material para ponerse al servicio de las grandes luces de las salas. Funcional pues, y también espectacular, riguroso y teatral, abstracto y figurativo, el pabellón extiende el exacto hallazgo de la coquilla cerámica estriada con un inteligente merchandising de objetos que de nuevo enlaza lalógica productiva del diseño industrial con la seducción comercial de las formas emblemáticas.

Al igual que Molezún y Corrales en Bruselas, Mangado ha construido en Zaragoza una eficaz representación de la España de su tiempo, y si aquélla soñaba con la promesa moderna de la técnica, la nuestra es una sociedad próspera y satisfecha que se reconoce en la elegancia opulenta del lenguaje simbólico, a un tiempo populista y hermético, con los mensajes elementales de una feria de humo y espejos junto a referencias arcaicas que remiten al laberinto isótropo del espacio hipóstilo y al tacto tibio de la cerámica intemporal. Templo, mezquita o cisterna, este bosque de columnas que surgen del agua retrata la ficción de la naturaleza con lucidez dolorosa, y a la vez se somete dócilmente al espectáculo temático de la Expo, con la estratificación de intenciones que distingue la mejor arquitectura. Así cabe juzgar ésta en la trayectoria de Mangado, que doblado el cabo de los cincuenta años entra en una etapa de formidable fertilidad y aplomo, rubricada por una obra capaz de medirse con la que hace medio siglo representó a su país en la que es hoy capital de Europa. Entre aquel bosque metálico y este bosque cerámico, el paisaje político, económico y social de España ha sufrido una mutación histórica, y no hay mejor representación de esa mudanza que el tránsito arquitectónico cartografiado por estos dos extraordinarios pabellones.


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