Opinión 

Criptoarquitecturas

Luis Fernández-Galiano 
30/11/2018


La luz oscura del espacio oculto fascina tanto como confunde. Por un lado, es inevitable sucumbir a la atracción onírica de lo enigmático, y el descenso a las entrañas de la tierra es un itinerario simbólico de iniciación al misterio que nos captura con su magnetismo mineral, haciendo de las criptas y los sótanos cuevas primigenias que esconden y revelan lo secreto. Por otro, el compromiso racionalista de la modernidad procura cartografiar esas oquedades sin dejarse capturar por la niebla borrosa de la percepción alterada por las sombras del mito, y describe la catacumba o el búnker como refugios obligados frente a la violencia del mundo, más recursos extremos que reductos de encanto. El espacio negativo de la arquitectura excavada es a la vez teatral y ominoso: escenario en penumbra de la ceremonia o el rito, y recinto en tinieblas que protege de la persecución o la catástrofe.

Bajo la rúbrica del neologismo que da título a esta nota se agrupa una extraordinaria variedad de casos, que incluyen el aprovechamiento de accidentes geológicos, canteras abandonadas o fortalezas en desuso, y se extienden hasta la excavación deliberada para construir arquitecturas subterráneas. La inspiración proviene con frecuencia del acervo primitivo o vernáculo, que nos ha legado multitud de ejemplos gobernados por la necesidad, pero también del repertorio clásico, de los criptopórticos romanos a las grutas manieristas, donde el abanico de registros abarca desde los ámbitos creados por la lógica infraestructural de cimentaciones y muros de contención hasta las recreaciones caprichosas de las formas de la naturaleza para el espectáculo o para el ocio. Las que hemos dado en llamar criptoarquitecturas no son pues un tipo, sino más bien una muy numerosa familia de sujetos.

Aunque cada caso merece un enfoque singular, y muchas de estas arquitecturas son admirables en su concepto e hipnóticas en su estética, la popularidad de las construcciones enterradas como alternativas ecológicas no debe ocultar sus contraindicaciones. Si en el medio urbano crecer hacia abajo es a menudo más recomendable que crecer hacia arriba —y desde luego más que crecer hacia los lados—, en el medio rural la integración en el paisaje y la inercia térmica que suministra la arquitectura excavada debe obligatoriamente contraponerse a las trazas indelebles que deja sobre el terreno y a la frecuente alteración de los equilibrios hídricos. En muchas ocasiones es más sostenible la construcción ligera que la enterrada, la que se apoya en la tierra como un insecto frente a la que la perfora como un topo. Y pese a todo nos dejamos arrebatar por la luz oscura y por el calor nutricio de ese vientre fértil. 


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