Cincuenta películas y fotógrafos

El ojo de la cámara

Luis Fernández-Galiano 
31/12/2017


El ojo codicioso del arquitecto se alimenta de imágenes. ‘Je n’existe dans la vie qu’à condition de voir’, decía Le Corbusier, y esa avidez visual encuentra en la fotografía y el cine su mejor suministro nutritivo. El maestro, que en ocasiones presentaba sus proyectos como storyboards cinematográficos, y que cuidadosamente supervisaba las fotografías de sus obras, tuvo en Lucien Hervé su retratista favorito, y en eso no es distinto de tantos otros arquitectos que establecieron una fértil simbiosis con sus fotógrafos. Pero la fotografía insemina la arquitectura más allá de su función representativa, y otro tanto hace el cine, que además de mostrar edificios o ciudades ha inspirado a los arquitectos con sus encuadres, sus movimientos de cámara o sus técnicas de montaje. La arquitectura moderna y el cine nacieron a la vez, y la íntima relación entre ellos desborda el que las arquitecturas escenográficas del cine hayan contaminado las construcciones permanentes.

No se sabe si la arquitectura moderna termina en 1972 con la voladura de los bloques Pruitt-Igoe, como defiende Charles Jencks, o en 1966 cuando Rossi y Venturi ponen en cuestión sus postulados. Me atrevo a sugerir otras fechas: la arquitectura moderna perece en 1958 cuando Jacques Tati estrena Mon Oncle, y el urbanismo moderno en 1967, cuando estrena Playtime. Nadie ha puesto en cuestión la vacuidad moderna con más inteligencia y elegancia, y habrá que esperar a la deliciosa L’arbre, le maire et la médiathèque de Eric Rohmer o a las conmovedoras películas de Aki Kaurismäki para hallar relatos semejantes, donde el ridículo siempre preserva la dignidad de los personajes. Si la modernidad era una utopía artística y social, sus frutos transitan sin esfuerzo de la caricatura a lo ominoso. Acaso no es casualidad que las prefiguraciones del futuro prometido por la técnica sean con frecuencia distópicas: del 2001 de Kubrick y Arthur Clarke al Blade Runner de Ridley Scott y Philip K. Dick, pasando por la deslumbrante Solaris de Tarkovski y Stanislaw Lem, la poesía y la imaginación visual de cineastas y escritores rescatan mundos de oscuridad ominosa.

Fotograma de Playtime, 1967
Películas como Playtime o Blade Runner ponen en cuestión la ciudad moderna. 
Fotograma de Blade Runner de Ridley Scott y Philip K. Dick

En ocasiones, la crueldad amenazante del futuro entra en resonancia con los entornos arquitectónicos donde se rueda. Cuando Stanley Kubrick llevó a la pantalla A Clockwork Orange de Anthony Burgess, buscó las localizaciones en revistas de arquitectura, y eso le llevó a utilizar los interiores de ‘Skybreak’, la casa diseñada por el Team 4 de Foster y Rogers; y cuando Terry Gillian se inspira en 1984 de Orwell para filmar Brazil, son Les Espaces d’Abraxas de Ricardo Bofill los que evocan con su complejidad laberíntica un entorno inhumano. La Gotham City, siempre sombría, puede describirse con la sofisticación visual del Batman de Tim Burton o el Dick Tracy de Beatty, pero la metrópolis contemporánea se representa más con los nocturnos desolados del Taxi Driver de Scorsese que con la amabilidad diurna del Manhattan de Woody Allen; y los rascacielos, escenarios en otro tiempo de logros técnicos y artísticos, son hoy alternativamente protagonistas de catástrofes como en The Towering Inferno o sedes diabólicas como las torres inclinadas de Johnson y Burgee en El día de la bestia, imágenes apocalípticas que están lejos de la confianza en el individuo y el futuro que transmitía el arquitecto interpretado por Gary Cooper en The Fountainhead de King Vidor y Ayn Rand.

Pero el cine no sólo ha dialogado con la arquitectura mediante la ciencia ficción tenebrosa de películas como Matrix; lo ha hecho también con la exaltación melancólica del clasicismo y las grandes obras del pasado, como en The Belly of an Architect de Greenaway o en La Grande Bellezza de Sorrentino, que muestra una Roma decadente y fascinante a la vez; con el retrato cáustico de la suburbanización azucarada en American Beauty de Sam Mendes o en The Truman Show de Peter Weir, que explora los desdibujados límites entre realidad y ficción en Seaside, la ciudad modelo de los nuevos urbanistas americanos; o con los paisajes desolados de Paris,Texas de Wenders o Lone Star de Sayles, rodadas en el mismo territorio que ha servido para mostrar con extraordinaria fuerza dramática los efectos de la crisis inmobiliaria provocada por las hipotecas subprime, Hell or High Water, la película del director David MacKenzie y el guionista Taylor Sheridan que refleja, mejor aún que las visiones desde el interior del mundo económico a la manera de The Big Short, la devastación social y el sufrimiento humano causado por la crisis financiera.

Con estas películas, el cine se aproxima al retrato documental de nuestro tiempo, y eso es también lo que han intentado cineastas como José Luis Guerín con En construcción, donde la vida de las gentes se enreda con la transformación física de un barrio popular de Barcelona, mostrando una empatía y un espíritu crítico que no siempre están presentes en los documentales de arquitectura, y no digamos ya en los que narran con acentos heroicos la materialización de las grandes construcciones contemporáneas. Pero My Architect se aproxima a Louis Kahn con emoción filial, Sydney Pollack traza sus Sketches of Frank Gehry desde la amistad que los unió, Norberto López Amado y Carlos Carcas retratan a un Norman Foster titánico e íntimo a la vez, y la serie arquia/maestros deja testimonio de los grandes arquitectos actuales a través de sus propias palabras. Más cáusticos son el aguafuerte de Fredrik Gertten sobre Santiago Calatrava, The Socialist, the Architect and the Twisted Tower, o el de Bêka y Lemoine titulado Koolhaas Houselife, uno de los 16 documentales producidos por la pareja con un común empeño transgresor que aspira a desacralizar las obras y autores míticos de la arquitectura contemporánea.

Fotograma de En construcción
Fotograma de Koolhaas Houselife

Muy distinto es el caso de la fotografía, que en muchos casos está vinculada estrechamente a la difusión de las obras, y procura por tanto presentarlas bajo la mejor luz; aunque esta circunstancia en nada reduzca su voluntad artística, llegando en ocasiones a establecerse vínculos tan estrechos entre arquitecto y fotógrafo que hacen indisoluble su amalgama creativa. Estos fueron los casos de fotógrafos míticos como Julius Shulman, Ezra Stoller o Balthazar Korab, una tradición que llega hasta nosotros con Paul Hester, Roland Halbe o Duccio Malagamba. Y si no imaginamos a Le Corbusier sin Lucien Hervé, tampoco podemos separar la obra de Barragán de las fotografías de Armando Salas Portugal, o las arquitecturas de la Transición española de las imágenes de Lluís Casals, como las de la primera modernidad catalana están estrechamente unidas a Catalá-Roca. Por no mencionar a los fotógrafos asociados a proyectos editoriales, desde Yukio Futagawa con GA hasta Hisao Suzuki con El Croquis. Al final, las fronteras entre lo comercial y lo artístico se desdibujan, y fotógrafos como el deslumbrante Iwan Baan transitan sin esfuerzo del encargo al proyecto personal.

Desde luego, también hay fotógrafos que se proponen desde sus inicios insertarse nítidamente en el panorama del arte contemporáneo, porque no de otra forma entienden su trabajo. En este terreno es difícil hallar un grupo más compacto, más interesado en el entorno físico, y más influyente en la arquitectura que los formados en Dusseldorf con Bernd y Hilla Becher, dos maestros del documentalismo fotográfico cuyas series en blanco y negro de arquitecturas industriales son uno de los iconos de nuestro tiempo, y que transmitieron a sus alumnos la fascinación topográfica por los paisajes, las ciudades y los edificios, representados con técnica exquisita a gran escala hasta adquirir cualidades pictóricas. La nómina de sus discípulos es ciertamente impresionante, y basta nombrarlos para hacerse una idea de su influencia: Andreas Gursky, Candida Höfer, Thomas Struth, Axel Hütte o Thomas Ruff exigirían un capítulo cada uno, y si se recuerda que esa misma Academia de Artes produjo artistas como Joseph Beuys, Gerhard Richter o Thomas Demand constataremos una vez más que el arte eclosiona cuando alcanza masa crítica en un lugar y un tiempo.


París, Andreas Gursky

Al margen de estas concentraciones formidables de energía, que iluminan con su fulgor el tiempo que vivimos, otros destellos dispersos nos enseñan a ver el planeta con su producción fotográfica. Así, el canadiense Edward Burtynsky, cuyos paisajes industriales nos convocan a la conciencia ecológica desde su lente crítica y refinada a la vez; así el estadounidense Alex MacLean, arquitecto y aviador también, que con sus imágenes aéreas nos ha hecho conocer mejor el impacto de la urbanización sobre el territorio; así el italiano Gabriele Basilico, que ha documentado los paisajes urbanos de nuestra época, desde los puertos europeos hasta las periferias desoladas; así el catalán Jordi Bernadó, que ha narrado con una mirada irónica las mudanzas ciudadanas; y así el madrileño José Manuel Ballester, que transitó de la pintura a la fotografía para interpretar los espacios arquitectónicos con extraordinaria técnica y admirable sutileza: autores todos ellos que muestran con sus imágenes que ‘la cámara también construye’, y sin los cuales la arquitectura perdería su resonancia en las redes mediáticas que enmadejan el mundo y nos enredan inextricablemente en una conversación global.

Nevada, Alex MacLean


1967-2017

Cincuenta películas y fotógrafos

Jacques Tati, Playtime (1967)

Stanley Kubrick, 2001: A Space Odyssey (1968)

Andréi Tarkovsky, Solaris (1972)

John Guillermin, The Towering Inferno (1974)

Woody Allen, Manhattan (1979)

Ridley Scott, Blade Runner (1982)

Wim Wenders, Paris, Texas (1984)

Terry Gilliam, Brazil (1985)

Tim Burton, Batman (1989)

Peter Greenaway, The Belly of an Architect (1990)

Eric Rohmer, L’arbre, le maire et la médiathèque (1993)

Álex de la Iglesia, El día de la bestia (1995)

Peter Weir, The Truman Show (1998)

Lana Wachowski, Lilly Wachowski, The Matrix (1999)

Sam Mendes, American Beauty (2000)

José Luis Guerín, En construcción (2001)

Nathaniel Kahn, My Architect (2003)

Fredrick Gertten, The Socialist, the Architect and the Twisted Tower (2005)

Sydney Pollack, Sketches of Frank Gehry (2005)

Carcas, L. Amado, How Much Does Your Building Weigh, Mr. Foster? (2010)

Charlie Brooker, Black Mirror (2011)

Ila Bêka, Louise Lemoine, Koolhaas Houselife (2013)

Luis Fernández-Galiano, arquia/maestros: Rafael Moneo (2013)

Paolo Sorrentino, La Grande Bellezza (2013)

David Mackenzie, Hell or High Water (2016)


Julius Shulman, Habitat (1967)

Bernd & Hilla Becher, Water Towers (1972)

Ezra Stoller, Douglas House (1973)

Yukio Futagawa, Mykonos (1973)

Armando Salas Portugal, Casa Gilardi (1977)

Balthazar Korab, Frank Gehry Residence (1979)

Lluís Casals, Museo Romano de Mérida (1985)

Luighi Ghirri, San Cataldo (1986)

Paul Hester, Menil Collection (1985)

Hélène Binet, Landscaping of the Acropolis (1989)

Thomas Struth, Pantheon (1990)

Andreas Gursky, Paris, Montparnasse (1993)

Gabriele Basilico, Milano (1996)

Candida Höfer, Teatro Cervantes (1996)

Thomas Ruff, D.P.B. 02 (1999)

Armin Linke, Maqueta de los Alpes suizos (2001)

Jordi Bernadó, Barcelona Acròstic (2002)

Roland Halbe, Memorial del Holocausto (2005)

Duccio Malagamba, Mercado de Santa Caterina (2005)

Alex MacLean, Henderson, Nevada (2005)

José Manuel Ballester, Gran columna 5 (2005)

Hisao Suzuki, Bodegas Bell-lloc (2007)

Iwan Baan, Estadio olímpico de Pekín (2008)

Edward Burtynsky, Greenhouses (2012)

Hufton+Crow, Heydar Aliyev Cultural Center (2014)


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