Paisajes del trabajo
Foto/Industria en Bolonia
La fotografía es una fábrica de emocionar. Y cuando se propone rendir tributo al trabajo humano, hay pocos medios artísticos tan capaces de representar su grandeza, su poesía y su dignidad. La segunda edición de la bienal Foto/Industria, promovida por la Fundación MAST bajo la dirección de François Hébel, ha ocupado durante el mes de octubre una docena de palacios y museos en el centro histórico de Bolonia, y el peregrinaje de muestra en muestra por los soportales de esta ciudad universitaria y obrera deja un poso de fulgor y ceniza: fulgor por cuanto la épica ruidosa de la producción y el esfuerzo callado del trabajo entran en sintonía para conmover con su verdad antigua; y ceniza en la medida en que esta intersección entre industria y territorio experimenta hoy una transformación que amenaza los paisajes del planeta con su actividad insomne.
Desde representantes de la ‘nueva objetividad’ como Hein Gorny, que en la Alemania de los años 1930 conformó la imagen de la firma Pelikan siguiendo la estela de la Bauhaus, o retratistas del mundo del trabajo como Gianni Berengo Gardin, que en las décadas de 1960 y 70 documentó las fábricas de Olivetti subordinando la belleza exacta de las máquinas al esfuerzo humano, la fotografía industrial ha dado un testimonio emocionante de su tiempo, que alcanza una altura lírica singular en fotógrafos publicitarios como O. Winston Link, cuyas imágenes nocturnas de las últimas locomotoras de vapor —tomadas entre 1955 y 1959 para los Norfolk and Western Railways— retratan la vida cotidiana en Estados Unidos como sólo han sabido hacerlo Edward Hopper o Norman Rockwell.
En inevitable contraste, los fotógrafos contemporáneos sitúan su actividad en el ámbito específico del arte, y es desde la crítica autónoma como deben interpretarse los rostros curtidos de mineros o gitanos que documenta en España Pierre Gonnord; las series de objetos consumidos por el autor, que Hong Hao escanea y agrupa en collages de hermética seducción; la exploración de la economía del petróleo, abordada por David LaChapelle mediante la fotografía onírica de maquetas de refinerías o gasolineras realizadas con objetos cotidianos; o la representación documental del impacto del desarrollo industrial en los paisajes contemporáneos, orquestada por Edward Burtynsky en el boloñés Palazzo Pepoli con un video operístico que golpea las conciencias con la belleza violenta de sus imágenes.
Fulgor pues y ceniza en las muestras modélicas de una institución singular, que presidida por Isabella Seràgnoli propone una nueva forma de vincular empresa, cultura y sociedad desde la capital de la Emilia-Romaña, donde los arquitectos de Studio Labics completaron en 2013 su nueva sede (véase Arquitectura Viva 160), resultado del concurso internacional convocado por Coesia: un grupo empresarial líder en la producción de maquinaria automatizada y mecánica de precisión, y ejemplar en su empeño por desarrollar la creatividad y el emprendimiento entre los jóvenes, objetivo este de dinamización económica que no excluye la dimensión crítica presente en iniciativas como la bienal fotográfica aquí reseñada. Si la fotografía es una fábrica de emocionar, la fotografía industrial es una máquina de entender.