Arquitectos y fotógrafos comparten un ojo codicioso: se apropian del mundo por la mirada, y esa dimensión visual de su actividad invita a explorar su relación a través de un story-board, una secuencia de imágenes dibujadas con palabras que congelan en fotogramas la accidentada película de su historia conjunta, donde los episodios de cotidiana conveniencia se entreveran con momentos de exacta exaltación. Este matrimonio de amor y de interés está sustentado en tal cúmulo de ocultaciones y equívocos que la ‘escuela de la sospecha’ lo ha hecho víctima favorita de sus denuestos, pero ni la condición mercantil de buena parte de la fotografía de arquitectura ni la naturaleza publicitaria de muchos de sus encargos restan excelencia estética a sus resultados. Al igual que el grabador renacentista, el fotógrafo profesional representa las obras enredando su mirada con la del arquitecto, y el fruto en imágenes de esta conversación visual puede alcanzar tanta pertinencia, belleza y emoción como la lograda por fotógrafos insertos en lo que el prematuramente desaparecido Juan Antonio Ramírez llamó ‘ecosistema de las artes’...