La masa amenazante de la ciencia ficción de los años cincuenta regresó medio siglo después sobre las espaldas de la revolución informática y, al igual que las mutaciones económicas producidas por el punto.com, su materialización formal se produjo en dos versiones opuestas, rosada y ominosa: de ambas características participa el restaurante de Jakob y MacFarlane en el Centro Pompidou, una amena cáscara alabeada de aluminio que parece transformarse en un virus sombrío cuando se introduce entre las cerchas de esa máquina alegre. También la arquitectura escultórica y biomórfica de los sesenta, que tuvo a los bulbos o rizomas de Frederick Kiesler o André Bloc como protagonistas destacados, se ha reencarnado décadas más tarde con el auxilio del ordenador, que consigue representar—y a veces construir— espacios oníricos donde la realidad se confunde con el proyecto. Así ocurre en las imágenes del pabellón de NOX y el museo de Asymptote, formas abultadas o fluidas que oscilan entre la morbidez orgánica del modelado manual y la disolución líquida de la pantalla digital: entre los cráneos de Gehry, conformados como las cabezas de barro de Barceló, y las burbujas embriológicas y estriadas de Greg Lynn o Kas Oosterhuis, siempre al límite del desvanecimiento informal...[+]