Ciencia y tecnología 

Ágora y agua

Espacio público y calentamiento global.

Richard Ingersoll 
30/06/2017


Corajoud, Gangnet y Llorca, Water Mirror, Burdeos (2006)

Aunque un negacionista del cambio climático acaba de tomar el poder en los Estados Unidos, todas las fuentes bien informadas coinciden en que el planeta ha entrado en una nueva fase geológica, definida por Paul Crutzen como ‘Antropoceno’. Tras dos siglos de emisiones de gases antropogénicos a la atmósfera, el clima no deja de calentarse, las tormentas torrenciales se intensifican y tanto el exceso de agua como su escasez amenazan a grandes áreas urbanas. El huracán Katrina devastó Nueva Orleans, mientras que las inundaciones anuales que sufre Daca hacen del espacio público una realidad cada vez más precaria. Los 100.000 habitantes de las Islas Kiribati en el Pacífico serán las primeras víctimas del cambio climático cuando sus tierras queden completamente anegadas.

En el diseño de áreas urbanas nuevas o reestructuradas, el efecto del calentamiento global en el espacio público raras veces suele tenerse en cuenta. Sin embargo, se prevé que hasta el 70 % de las ciudades del mundo verán amenazados sus espacios públicos a medida que las aguas suban de nivel entre 0,2 y 2 metros o más a lo largo de este siglo.

Las reflexiones más autorizadas sobre el espacio público contemporáneo, como las de Jane Jacobs, William H. Whyte y Jan Gehl, tienen que ver con temas como la delincuencia, la desidia o el tráfico. Soluciones paliativas como estrechar las calzadas para disminuir el tráfico, fomentar la peatonalización, diseñar zonas estanciales con bancos, fuentes y vegetación, o instalar puntos de vigilancia policial, han probado su eficacia en espacios tan exitosos como la Place Beaubourg frente al Centro Pompidou, la Rambla del Raval de Barcelona o la Piazza Gae Aulenti de Milán. La teoría de la triangulación social —la creación de un programa con al menos tres funciones diferentes que generen pretextos para atravesar el espacio público— seguirá siendo una buena idea en el futuro cercano, incluso aunque uno tenga que mojarse los pies para atravesar esas partes de la ciudad.

Pese a los muchos elementos concebidos para disuadir del uso del espacio público, muchas personas todavía sienten la necesidad de acudir a él para verse las unas a las otras, ir de compras, jugar y, cuando sea necesario, también manifestarse. Durante los últimos veinte años, las instituciones culturales, en especial los museos, teatros y bibliotecas, han generado los espacios públicos más articulados. Basta recordar al respecto al entrada al Museo Guggenheim de Bilbao, la plaza con forma de anfiteatro del Parco della Musica de Roma o la Biblioteca Nacional de París. Pero este tipo de espacios públicos resultan al cabo ajenos a las necesidades del día a día.

La llegada del cambio climático puede ser una razón convincente para repensar la función del espacio público. Hay indicios muy claros de que el mundo comienza a prepararse para ello: la declaración de la COP21 en diciembre de 2015, ratificada por 175 países el 22 de abril de 2016 (Día de la Tierra), transmitió el compromiso de controlar el calentamiento global por debajo de los

2º C, un objetivo que hoy parece poco factible. El impacto del dióxido de carbono y del gas metano a lo largo de los dos últimos siglos ha dañado de un modo irreversible los casquetes polares de nuestro planeta, hasta el punto de que estos han perdido más de un tercio de su superficie, lo que ha provocado el aumento del nivel del mar y el incremento de las lluvias torrenciales. En este sentido, las inundaciones de París de junio de 2016 parecen hacerse eco de las preocupaciones del COP21 y demostrar cuán vulnerable pueden ser los espacios urbanos.

¿Será posible el espacio público en las ciudades inundadas del futuro? Venecia, donde el nivel del agua se ha incrementado veinte centímetros en menos de un siglo, y que sufre inundaciones con frecuencia, ha recurrido a un modelo de adaptación anfibia. Durante los periodos de acqua alta, entramados de tablones de un metro de alto se levantan en los lugares más representativos de la ciudad. Los planes venecianos a largo plazo tradicionalmente han consistido en construir pequeños diques o fondamenta.

Sin embargo, la sabiduría de esta práctica tradicional se ha puesto en entredicho por la construcción del MOSE, los tres gigantescos diques situados en las tres bocas de la laguna. Las obras comenzaron en 2003, pero se interrumpieron hace dos años por los escándalos de corrupción, que evidenciaron que1.000 millones de los 5.500 millones de euros del presupuesto total del proyecto se habían destinado a sobornos. En cualquier caso, si el MOSE llega a terminarse, permitirá hacer frente a un cambio de nivel en el mar de un metro, lo que probablemente no será suficiente a finales de este siglo. Parece poco probable que haya otras ciudades capaces de pagar infraestructuras tan caras como el MOSE o semejantes a ella, como la barrera del Támesis en Londres (1984), cuyos costes de operación y de mantenimiento son extraordinariamente altos. Además, en muchos países, no sólo en Italia, cuanto mayor es el presupuesto mayor probabilidad hay de corrupción. Así que tal vez resulte al cabo más deseable la vieja estrategia de las adaptaciones lentas.

Un ejemplo mejor de adaptación sería el de Róterdam, que desde sus orígenes ha estado a un promedio de dos metros bajo el nivel del mar. La ciudad tiene el puerto más grande de Europa, y ha diseñado con rigor un plan para hacer frente a grandes crecidas. La llamada Estrategia de Adaptación Climática aplicada durante los últimos cinco años ha comenzado a surtir efecto, y, entre las soluciones de diseño, resulta sensata la idea de usar el espacio público como una esponja urbana. La plaza Benthemplen (De Urbanisten, 2013), situada en un barrio residencial, se ha diseñado para absorber el agua de escorrentía en tres niveles diferentes, evacuando el espacio inundado en 32 horas, y conservando y reciclando un tercio del agua en cisternas para su uso posterior. Cuando el espacio central de la plaza, dedicado a la captación y drenaje del agua, no está en uso funciona como una cancha de baloncesto. El proyecto sugiere que todos los espacios abiertos tienen un potencial para el procesamiento de agua.

De Urbanisten, Plaza Bentehmplen, Róterdam (2013)

Otro proyecto en Róterdam propone que el espacio público del futuro pueda incluso flotar. El Drijvend Paviljoen (Public Domain Architecten), se construyó sobre un muelle en 2014. Se eleva y desciende conforme sube y baja dos metros la marea. Basado en las estructuras geodésicas de Buck-minster Fuller, el pabellón recurre al high-tech. Otras estrategias low-tech mucho más viables están presentes en edificios como la Escuela flotante Makoko en Lagos (Kunlé Adeyemi et al.), recientemente reconstruida para la Bienal de Venecia: una excelente y barata dotación pública para una comunidad que sufre las inundaciones.

Ya sea flotante o inundado, el espacio público en la era del calentamiento global necesita funcionar de un modo ecológico y hacer posible el sentido de ‘lugar’. Aunque no esté pensado para simbolizar la variabilidad del nivel del mar, el Water Mirror de Burdeous (Carajoud, Gangnet y Llorca, 2006) lo hace, y se ha convertido en uno de los espacios públicos más queridos de Europa. Se extiende por más de 3.000 metros cuadrados a lo largo de una nueva línea de tranvía, sobre una superficie suave de granito que, al quedar cubierta por una lámina de agua, refleja las fachadas del siglo xviii de la Place de la Bourse. Durante el día, se produce una neblina y el agua se va drenando misteriosamente, siguiendo el ritmo de las mareas. Water Mirror transmite optimismo: incluso cuando amenaza el espacio público, el agua puede ser una fuente de belleza.

Richard Ingersoll, arquitecto y crítico, es profesor en la Syracuse University School of Architecture de Florencia.


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