Opinión 

Capa sobre capa

Richard Ingersoll 
31/01/2013


Ciudadela de Erbil, Irak

En el Kurdistán iraquí se están realizando muchas perforaciones en busca de petróleo, pero si se sondea profundo en Erbil, la capital de la región, lo que se descubre, en lugar de petróleo, son los restos, capa sobre capa, de viviendas de adobe. Desde el siglo VI a. C., cada generación ha ido construyendo sobre las casas levantadas por la generación anterior, reproduciendo, con pocas excepciones, la misma organización en torno a un patio. La acumulación de casa sobre casa ha formado un montículo de treinta metros de alto. Tal metamorfosis arquitectónica imitaba los ciclos de crecimiento, deterioro y regeneración naturales, ya que los materiales orgánicos allí empleados se descomponían, y eran reutilizados en la siguiente versión de la misma casa. Además, el reconstruir la casa propia acabó convirtiéndose en una necesidad ritual como símbolo de la continuación del linaje, una costumbre que todavía se puede observar en Mali durante la primavera, cuando las comunidades se reúnen para enlucir con barro la Gran Mezquita de Djenné. Como Erbil, también la mezquita se construyó con un perfil monumental a la vez religioso y defensivo. Pero la ciudad antigua también optó por ser densa, para conservar el bien más preciado de la comunidad: la tierra cultivable. Para Mircea Eliade, lo sagrado es lo que está dentro de las paredes; lo profano, lo que está fuera. Sin embargo, un nómada lo explicaría de otra manera: es la tierra la que es sagrada, no lo que los humanos construyen sobre ella.

Recordar estas antiguas prácticas resulta pertinente cuando se presta atención a palabras como las pronunciadas por Renzo Piano en una conferencia en 2011: «Ha llegado el momento de construir sobre lo construido, de recualificar lo que ya existe, evitando así consumir más territorio.» Con ellas Piano da cuenta del sentimiento de la mayor parte de las personadas comprometidas con la sostenibilidad. Esto no implica sólo volver a construir en las áreas ya urbanizadas —algo controvertido en los enclaves históricos—, sino también recuperar antiguas zonas industriales, dándoles nuevos usos comerciales y residenciales. En todos los casos el objetivo es densificar, más que dispersar. Tal ocurre, por ejemplo, en Central St. Giles, un proyecto de Piano en Londres (ver Arquitectura Viva 143) es un buen ejemplo de cómo densificar un enclave urbano abriéndolo al resto de la ciudad

Aunque a nadie se le ocurriría considerar la ciudad posmoderna como la encarnación de lo sagrado, del imperativo ecológico de construir sobre lo construido emana un cierto eco religioso, tras el cual se oculta el temor al fin inminente del planeta. El proyecto más impresionante del que he tenido noticia últimamente es la inmensa bóveda que ingenieros franceses e italianos están construyendo para cubrir los restos de los reactores nucleares siniestrados en Chernóbil. El sarcófago de hormigón que, tras el desastre, se construyó precipitadamente en 1986 para sepultar aquella trágica contribución del hombre a la muerte térmica del mundo, comenzó a resquebrajarse hace mucho tiempo, permitiendo que la radiactividad se filtrase al suelo y las aguas. El nuevo contenedor, financiado por más de cuarenta países europeos, contendrá la radiación durante cincuenta años, los mismos que llevará a los robots descontaminar el enclave. El hecho de que este último edificio construido en lo construido se haya denominado ‘el arca’, nos conduce de nuevo a primitivas intuiciones religiosas: no al Arca de Noé, sino el Arca de la Alianza, el pacto con la deidad terrible. Tal vez, después de todo, la tierra volverá a ser sagrada.


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