Los templos transitan de la advocación a la autoría. En otros tiempos, las iglesias recibían el nombre del santo tutelar; hoy se conocen por el apellido del autor. Esta mudanza del patrocinio sagrado a la adscripción artística y civil ha resultado también en una alteración altiva del espacio del culto: la regularidad previsible y repetida ha dejado lugar a escenografías singulares que llevan al paroxismo la identidad figurativa de cada arquitecto. La imagen corporativa de la confesión religiosa se subordina dócil al perfil simbólico del creador artístico, y las exigentes reglas del rito o la liturgia se desvanecen en la algarabía amena de los lucernarios que iluminan volúmenes fantasmales e ingrávidos…[+]