En el barrio muniqués de Neuhausen —donde las manzanas cerradas se empiezan a desmembrar en construcciones aisladas— la iglesia del Sagrado Corazón se levanta en el solar de un templo de madera que había ardido en 1991, sufriendo el mismo desafortunado destino que la sede anterior, destruida igualmente en un incendio de 1944. Contraponiendo una volumetría prismática a las construcciones abuhardilladas de los alrededores, la nueva iglesia renuncia a dibujar los límites de la manzana para afirmar su condición de edificio público con una plaza de acceso que establece la distancia necesaria con la calle. Un campanario de 36 metros de altura señala en la distancia la ubicación de la iglesia, mientras un cuerpo en L que alberga la sacristía y los despachos parroquiales apoya su inserción urbana, actuando de transición entre su volumen abstracto y la escala doméstica de las construcciones vecinas.

El templo se concibe como un lugar de acogida, una caja de vidrio cuyo testero sur se abre en dos puertas de dimensiones colosales. Cuando las dos hojas de 14 metros de altura se separan, este prisma cristalino revela su contenido: un delicado estuche de madera que acoge el espacio de la liturgia propiamente dicho. Entre ambas envolventes, un deambulatorio permite recorrer las 14 estaciones del vía crucis a lo largo de otras tantas imágenes creadas por Matthias Wähner y montadas en marcos metálicos anclados en el suelo. En un juego que contrapone la luminosidad a la transparencia, la caja exterior se hace progresivamente turbia en dirección al altar, al mismo ritmo que el espacio de acogida para 400 fieles pierde en opacidad: las lamas de madera de arce que constituyen la envolvente interior se van girando desde su posición cerrada a los pies de la iglesia hasta abrirse por completo en el extremo opuesto.

La construcción sigue un esquema axial, con una gradación lumínica que tiene en el material su principal aliado. La piel exterior consta de piezas de vidrio laminado cuya cara exterior se ha serigrafiado para conseguir una opacidad progresiva, mientras la interior contiene cristales que dejan escapar reflejos iridiscentes dependiendo de la incidencia del sol. Las puertas de entrada —de Alexander Beleschenko— se presentan como dos retablos de vidrio azul que, con un alfabeto de clavos, transcriben pasajes de la Pasión según San Juan. Al interior, la apertura de las lamas sobre el altar concentra la atención sobre el tapiz tejido de hilos de latón y cobre —de Susanne y Bernhard Lutzenberger— que deja adivinar una cruz tras el sacerdote que oficia la misa...[+]