A orillas del Danubio, frente a la ciudad de Viena, Donau-City es un barrio administrativo de los años setenta que ahora se ha convertido en la cabeza de puente de la expansión de la capital austriaca hacia el nordeste. Como preludio del nuevo distrito —formado fundamentalmente por complejos de oficinas y vivienda— una iglesia católica se levanta junto a la entrada desde el puente que constituye el principal lazo del barrio con el centro histórico de la ciudad.

Sin poder competir con su masa con los grandes rascacielos que lo rodean, el templo adopta una geometría elemental que expresa su carácter singular y sagrado a través de una definición material muda y abstracta. Desde una posición esviada, la iglesia articula el desnivel entre la plaza donde tiene la entrada y una pradera situada a mayor cota, extendiéndose en un graderío curvo de hierba que cierra el espacio de la plaza y que es susceptible de utilizarse para celebraciones tanto religiosas como profanas. Los espacios anejos para el sacerdote, las oficinas y el salón parroquial ocupan el sótano bajo la iglesia, iluminados a través de un patio rehundido de planta triangular.

Subrayando su carácter fundacional, como piedra que ancla la vida espiritual del nuevo barrio, la iglesia es un bloque compacto y hermético cuya gravidez se insinúa mediante una grieta perimetral de vidrio que sugiere el rehundimiento del edificio en el terreno. De aristas rectas, la geometría elemental del templo se talla, perfora y esculpe para cualificar el espacio interior. Un lucernario cúbico se sustrae de la esquina sur para señalar la ubicación del altar, y la misma operación se repite en la esquina este para resaltar la presencia de la pila bautismal. Orientada según la diagonal que parte del altar, una incisión sinusoidal —que simboliza la herida en el costado de Jesús— rasga la cubierta tensando el espacio centrado de partida. Además de estos tres focos lumínicos, una retícula de pequeños orificios con el vidrio a haces exteriores perfora la envolvente de forma regular e indiferenciada, bañando con una luz uniforme el espacio de la liturgia.

Los materiales apoyan la doble naturaleza de la iglesia, que hacia afuera se muestra compacta, pesada y severa, sin dejar adivinar el interior cálido y luminoso que esconde. La compacidad exterior se subraya así con una envolvente de planchas de acero negro a la que los anclajes cromados proporcionan una textura adicional de puntos brillantes dispuestos en retícula. Dentro, las paredes y el techo se revisten de contrachapado de madera de abedul, dotando de un brillo plateado a la luz que reflejan...[+]