Iglesia del Corpus, Aquisgrán
Rudolf Schwarz 

Iglesia del Corpus, Aquisgrán

Rudolf Schwarz 


Colega y discípulo de Dominikus Bohm, Schwarz era un arquitecto comprometido con la renovación litúrgica católica en el agitado ambiente cultural de República de Weimar. Su iglesia del Corpus es a la vez canónica y moderna: el gran cajón de hormigón con una cubierta de poca pendiente y ventanas escasas y altas, un interior vacío y blanco sobre un plano de piedra negra toma sus motivos de la modernidad radical de la época, que Schwarz defiende explícitamente. Ya no tienen sentido las columnas, las portadas, los ventanales ni los arcos. El Einfühlung cristiano se ha sustituido por una versión litúrgica de la neue Sachlichkeit.

Para los modernos de la Bauhaus, la iglesia era un proyecto tabú, anacrónico y reaccionario. Pero Schwarz no duda en arrojar por la borda mucho lastre secular de la figuración católica y usa la imagen de la modernidad industrial para reinterpretar el templo de nave única, que se prolonga por un lado en una capilla de uso alternativo. Como de costumbre, el altar preside el gran espacio de 21 metros de altura. Pero salvo por el campanario, nada diferencia esta iglesia, apodada ‘la fábrica’, de una nave de manufacturas. Quizás el arquitecto se apoyara en sus nociones de la espiritualidad oriental y se puede entender muy bien el espacio puro y blanco de la iglesia sobre el pavimento negro como una alusión al Cielo y la Tierra, Tiferet y Malkut, y a la unión de los opuestos. Una solitaria arquilla de plata sobre la piedra negra del altar, el sagrario, reunía los dos mundos en una imagen casi absoluta de la asamblea como experiencia de la totalidad del hombre nuevo, divino y humano.

La renuncia casi total a la figuración en esta iglesia es un despojamiento voluntario. Para Romano Guardini, el teólogo de la renovación litúrgica de la época, no se trata tanto de un vacío cuanto de un tremendo silencio, y es cierto: han sido acalladas todas las imágenes en favor de una percepción única e intensa. La experiencia aquí parece volver a los orígenes y, como en los primeros siglos, ha desaparecido el interés en representar a la divinidad, sustituida por la experiencia de la eternidad, algo sin forma que no cabe en imagen ni estilo alguno. El silencio de la nave blanca y negra no es fácil de soportar si no se vive como un poderoso signo, o si se aprecia sólo la ausencia radical de imaginería como una incómoda carencia de símbolos. Por eso, durante el régimen nacionalsocialista se aplicó al fondo vacío del altar una gran figura de Cristo, el superhombre, para recuperar el consuelo de un líder inmortal al frente de la iglesia y amortiguar la inquietante presencia atemporal y sin atributos...[+]