Un antiguo almacén ocupa el corazón de una manzana del ensanche de Bilbao, al que se accede a través de un estrecho y largo pasadizo que atraviesa la planta baja de las crujías residenciales existentes. En su interior se organiza un programa sencillo que atiende las necesidades básicas de una galería de arte contemporáneo actual: dependencias para el almacenaje y manejo de las obras de arte, áreas administrativas y de reunión, espacios para la experimentación y proyectos específicos; y, por último, una gran sala que se erige en el centro de la intervención.

Como punto de partida, la arquitectura se acoge a las posibilidades que ofrece una reducida paleta de materiales —estructura de hormigón armado visto, pavimentos industriales continuos, paredes blancas levitando sobre zócalos rehundidos y algunas piezas de mobiliario— para construir los ingredientes elementales de un espacio expositivo—suelos, paredes y techos—, otorgando a las propias obras de arte la responsabilidad de cualificarlo. La reinterpretación del sistema original de lucernarios da lugar a una serie de dispositivos captadores de luz a modo de periscopios. Sus volúmenes generan en la cubierta de la nave un nuevo paisaje industrial que evoca el pasado fabril de la ciudad...[+]