Esta casa es, en realidad, dos casas —para un padre y un hijo— cobijadas bajo una grande y enfática losa de hormigón pretensado que, con sus 84 x 16 metros, extiende la presencia doméstica del conjunto hasta el paisaje en el que se sitúa como si fuese una pieza de land art.

Asumiendo el diálogo entre la tecnología implicada en la fabricación de la losa —que lleva hasta el límite las posibilidades del hormigón— y los invariantes de la construcción tradicional de esta zona de la ribera del Miño, el edificio se concibe como un diálogo entre la rigorosa, homogénea, línea horizontal de la cubierta, y un zócalo de granito dorado, aparejado con mampuestos, que se extiende, como si se tratase de una alfombra pétrea, por las zonas comunes exteriores. La polaridad entre elementos constructivos se completa con una polaridad de tipo programático. Cobijadas en sendos rectángulos completamente vidriados, con carpinterías de acero pintados en color forja y protegidos perimetralmente por el vuelo de la losa, las dos casas se separan tanto por los muros de mampostería dispuestos en sentido transversal a la cubierta como por un gran óculo doble que llega, para iluminarla, hasta una planta enterrada donde se dispone el programa auxiliar, conectándose con el exterior a través de un pintoresco pasadizo-mirador construido con hormigón armado.