En un viaje por el norte de Yemen, la pareja alemana propietaria de esta residencia tuvo la ocasión de pernoctar en una de las viviendas-torre típicas de la región. Aquello les despertó el sueño de construir una casa que dominara el paisaje en todas las direcciones, a la manera de una Mafradsh —la habitación que corona las casas yemenitas y donde los hombres se reúnen a discutir—. De regreso a su país, un terreno escarpado en las colinas que rodean Stuttgart volvió a traer los recuerdos del viaje, y la pareja decidió levantar allí una casa-torre para disfrutar sin obstáculos de la panorámica de la ciudad y la naturaleza circundante.

La casa se levanta como un prisma de vidrio que hace de la transparencia toda una declaración de principios. En el espacio diáfano de cada una de sus cuatro plantas, sólo la escalera separa distintas áreas de uso cuyo carácter se define mediante escuetas piezas de mobiliario: la cama identifica el dormitorio, la mesa el comedor y una chaise longue la sala de estar. Los inodoros se encierran en cabinas que proporcionan los únicos recintos de privacidad dentro de un ámbito doméstico que bien podría ser un edificio de oficinas. Esta transparencia sin concesiones junto a lo abrupto de la topografía llevaron a distribuir el programa de una forma distinta a la habitual. Se accede a través de la pasarela metálica que vincula la calle con la planta cuarta, en la que se sitúan la cocina y el comedor. Desde ahí se desciende al espacio dedicado a sala de estar, que se comunica con la segunda planta mediante un vacío de doble altura. En este nivel y arropadas por la accidentada pendiente del terreno, se sitúan las áreas más íntimas del dormitorio y el baño, que no obstante se abren como el resto de la casa a las vistas lejanas de la ciudad. La planta a ras del suelo se ha acondicionado como estudio. Para evitar que los invitados se sientan intimidados ante un espacio tan carente de barreras visuales y sonoras, un pabellón independiente de chapa se sitúa en el jardín a pocos metros de la torre.

Esta interpretación valiente de un modelo vernáculo apuesta radicalmente por la tecnología. Un muro cortina de vidrio constituye el único filtro entre el exterior y un interior cuya climatización está controlada desde un ordenador central. Unas pantallas táctiles en cada planta regulan la temperatura y la iluminación de cada zona, al tiempo que activan la apertura de puertas y ventanas. En el baño, unos sensores activan el agua del lavabo y la cisterna sin necesidad de tocar los grifos, llevando hasta sus últimas consecuencias este manifiesto tecnológico puesto al servicio del día a día...[+]