La formación de lava basáltica en la que se encuentran las cuevas de São Vicente, en la isla de Madeira, está cubierta por una vegetación exuberante. Las raíces de estas plantas y los cursos de agua existentes provocan pequeños desprendimientos junto a las bocas de entrada. El objetivo del proyecto, que viene a completar una rampa de acceso y un centro de interpretación realizados con anterioridad por Paulo David junto con los paisajistas Global, es proteger estas entradas mediante la construcción de dos galerías que mantengan a los visitantes alejados de la falda de la montaña.

Cada galería mide 16 metros de largo y posee una estructura de acero revestida con listones de madera separados por juntas por donde entra la luz natural. Las ranuras se hacen menos frecuentes a medida que se aproximan a la cueva, preparando a los visitantes a la penumbra del interior. Su forma de manga, semejante a la pasarela de embarque de un avión, continúa la lógica de los corredores interiores de la cueva, con sus formas alargadas y zigzagueantes. Exteriormente, la construcción a base de tablas desbastadas evoca las estructuras existentes en el valle —puentes, establos de ganado, emparrados de vides—, contrastando con el verdor de la vegetación y con los tonos oscuros de la roca.