Opinión 

Urbanismo de revuelta

La Ciudad de Sol, un manifiesto arquitectónico

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Urbanismo de revuelta

La Ciudad de Sol, un manifiesto arquitectónico

Julia Ramírez Blanco 
31/08/2012



El 12 de junio se cumplió un año desde el desmontaje de aquel campamento que Twitter bautizó como #Acampadasol. Sin embargo, el lugar está lejos de olvidarse. En su momento, Manuel Borja-Villel lo elige en Art Forum como la obra de arte más importante del 2011. Meses más tarde, el Premio Europeo del Espacio Público Urbano crea, para destacar sus virtudes, una categoría especial. Por su parte, Esperanza Aguirre decide otorgar el Premio a la Tolerancia a las víctimas del grupo terrorista ETA y a los comerciantes de Sol, estos últimos reconocidos por «su tolerancia y templanza» ante la «ocupación ilegal» de la plaza. Más allá del posicionamiento ideológico, ¿cómo pueden leerse desde la arquitectura los motivos de cada uno?

Los premios desde el arte y el urbanismo señalan un hecho sorprendente: esta vez, la reclamación política se expresa a través de un asentamiento. Pidiendo otra sociedad, los ‘indignados’ empiezan por construir una pequeña urbe dentro de otra, que algunos llaman la Ciudad de Sol. Pese a su apariencia caótica, hay en este espacio abigarrado toda una serie de líneas motoras de enorme coherencia que configuran una suerte de ‘manifiesto arquitectónico’ que aquí trataremos brevemente de enunciar.

Uno de sus ejes tiene que ver con la construcción precaria, que lleva al centro de la urbe procederes propios de la bidonville. En la Acampada se construye con aquellos materiales que Madrid desecha: se utilizan cartones, palés, lonas de obra, cuerdas, trozos de madera y variadísimos objetos. Algunas cosas han sido recogidas y otras han sido donadas. La actitud de rechazo hacia la sociedad de consumo tiene su correlato en una estética precaria de la pobreza material, apuntando hacia las formas de vivir de los excluidos.

Estos elementos recogidos de la calle son puestos al servicio de la autoconstrucción. Incidiendo en el principio DIY o del ‘hazlo tú mismo’, el que imagina una estructura tiene que fabricarla. Es así como la plaza se llena de barracas que otorgan lugar físico a las distintas comisiones y grupos de trabajo. A la propuesta de una política por y para todos se corresponde la de una arquitectura por y para todos. Esta no-especialización recuerda a la propuesta situacionista y hace pensar en la célebre frase de Joseph Beuys, quien afirmaba que «todo ser humano es un artista». La Ciudad de Sol es un ejemplo de urbanismo popular, de edificación amateur a ras de suelo.

La autoconstrucción no regulada genera un crecimiento orgánico. Y, sin embargo, hay un componente organizativo que da forma al conjunto: desde el principio existen claras separaciones zonales según la actividad, que diferencian espacios de descanso y sueño, áreas de discusión o entornos de trabajo. Dibujados con cinta adhesiva en el suelo, pasillos y zonas de seguridad se trazan de forma inmaterial: el lado oeste de la Puerta del Sol permanece siempre vacío para que, en hipotéticas situaciones de emergencia, puedan acceder las ambulancias. Diversos mapas realizados a lo largo del mes reflejan claramente los niveles autoorganización: hay varios puestos de alimentación, enfermería, guardería, biblioteca y un pequeño huerto junto a una de las fuentes. La perpetua mutación de estos esquemas urbanos hace que las cartografías estén en proceso permanente, y caduquen casi al instante. Tanto los mapas como el propio asentamiento físico se prolongan en la red, a través de las arquitecturas sociales de Internet.

En la Acampada, la desobediencia civil da un giro de tuerca, al crear su propio lugar de edificación desobediente. La Ciudad de Sol es un asentamiento ilegal, que okupa con k el espacio público y se niega a acatar los designios de una autoridad que, en un momento previo a las elecciones, renuncia a reprimirlo. Cuando en junio del 2012 Esperanza Aguirre decide premiar a los comerciantes que se oponen al campamento, revela una preocupación particular por la invasión del espacio corporativo, que es entendido como motor de la ciudad. En realidad, Aguirre está reconociendo la relevancia de la Acampada. Parece además ser consciente de cuál es su sentido profundo: el campamento activista supone la escenificación de un modelo distinto de urbe, que trata de hacer la competencia a su idea de una metrópolis mercantil, donde las ‘plazas duras’ son zonas de paso que se cruzan durante los recorridos azarosos del consumo. De hecho, una de las reivindicaciones más claras que está presente en la práctica del movimiento de las ocupaciones tiene que ver con la recuperación del espacio público más allá de las situaciones habituales de ocio comprado. En un lugar de paso, sin bancos ni sombras, la Ciudad de Sol plantea otras formas constructivas y sociales.

Y, sin embargo, la Acampada nace con un planteamiento efímero. Cuando, tras largas discusiones, se decide desmontar el asentamiento, se busca la descentralización: en ese momento se han establecido ya las asambleas de barrios y el método de la protesta a través del campamento se ha extendido por todo el mundo. La disolución quiere ser omnisciencia; ‘estamos en todas partes’ se decía desde el movimiento antiglobalización, uno de los grandes precedentes de esta oleada activista.

Un año más tarde, se celebra el aniversario de las plazas tomadas. Desde la Bienal de Berlín a la Documenta de Kassel, diversos eventos artísticos reflexionan plásticamente acerca de las complejas dimensiones de lo ocurrido. En realidad, después de mayo son muchos los que nunca volvieron a casa. O no del todo: a la primavera de revuelta le han seguido meses de constante protesta ciudadana. Deleuze decía que aquellos que afirman el fracaso de la revolución «no hacen más que confundir dos cosas diferentes: el devenir histórico y la transformación revolucionaria de la gente». En Madrid, un enorme número de personas se ve transformado en la Acampadasol, y es ese cambio lo que continúa haciéndoles tomar la calle.

La Ciudad de Sol demuestra la gran potencialidad de la que puede revestirse un enclave urbano. La lección arquitectónica podría estar en la constatación de que, en ocasiones, generar un espacio disidente hace que catalice la protesta. Estamos hablando de cómo la configuración de lo urbano posee una enorme fuerza política, que entre el 15 mayo y el 12 de junio del 2011 es utilizada de manera colectiva. El de Madrid es el primer campamento de los muchos que han hecho del asentamiento precario un arma disidente. En Vers une Architecture Le Corbusier reflexionaba acerca del impulso utópico y su relación con lo edificatorio: «La sociedad desea violentamente algo que obtendrá o que no obtendrá. Todo reside en eso, todo depende del esfuerzo que se haga y de la atención que se conceda a estos síntomas alarmantes. Arquitectura o Revolución. Se puede evitar la Revolución.» El movimiento de las ocupaciones parece querer resolver esta oposición planteando la arquitectura (popular) como herramienta de revuelta.


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