Tras la sonrisa tibia de profesor amable, en Rafael Moneo habita un jugador de azar: los labios plegados y el gesto apacible ocultan la dentadura afilada y el brillo en la pupila del amante del riesgo. Su curiosidad intelectual desborda siempre la cautela profesional. Cada edificio nuevo es una apuesta sin red; y si esta actitud aventurera le ha ocasionado al funámbulo algunos accidentes, también ha dado a la arquitectura española de este siglo varios de sus momentos más felices...[+][+]