El dilatado trayecto de Miguel Fisac se orquesta aquí en tres movimientos, unidos a la tríada renacentista vis-cupiditas-amor (fuerza-ambición-amor) y elegidos para que el diálogo entre naturaleza e historia permita transitar por las tres etapas de su obra—asociadas a los órganos, los huesos y las pieles— en tres periodos de la vida española: la autarquía de los años 40 y 50, el desarrollo de los 60, y la transición de los 70 y 80.
La vis impetuosa del joven Fisac se encauza con un campus científico en Madrid y un archipiélago de proyectos educativos y religiosos en las dos Castillas que expresan bien un talante atraído a la vez por el conocimiento y el espíritu, amén de una curiosidad vivaz que le anima a traspasar las fronteras tenaces de un país ensimismado para ayudarle a mudar la mirada desde el clasicismo académico y la severidad metafísica de sus inicios hasta el empirismo funcionalista y el organicismo cauteloso de su aplomo posterior. Aquellos órganos de la autarquía serían crisoles ideológicos de un régimen aislado del movimiento del mundo, pero también vientres fértiles donde comenzarían a gestarse las semillas del cambio.
La cupiditas firme del arquitecto maduro cristaliza en una amplia cosecha de obras innovadoras, naves industriales para laboratorios o fábricas y sedes de investigación—localizadas preferentemente en la capital española—que utilizan con profusión su invento más notorio, las vigas huecas de hormigón pretensado a las que dio el nombre de huesos, y cuyo elegante optimismo técnico y escultórico representa bien el momento del despegue económico en una España que abre sus puertas a las mercancías y a las ideas del exterior. Esos huesos para el desarrollo darían armazón estructural al crecimiento material de esa época de prosperidad, y servirían de emblema del éxito de un profesional en sintonía con un país acelerado.
El amor introspectivo del Fisac último se manifiesta en una pléyade de realizaciones que van desde las iglesias y centros asistenciales madrileños hasta los hoteles y oficinas en zonas turísticas, edificios donde explora un nuevo tipo de fachada conformado con encofrados flexibles—un sistema constructivo que mediante plásticos y alambre otorga al hormigón un aspecto mullido o atormentado—, ornamentación antitética que se compadece bien con la incertidumbre de los tiempos y las vicisitudes azarosas de su carrera. Estas pieles en la transición lo son pues doblemente, ya que reflejan tanto el tránsito superficial hacia una democracia posmoderna como las mudanzas íntimas de un arquitecto crecientemente secreto.
La canónica tríada humanista jalona y cierra el territorio de Fisac con un triángulo circular que se mueve de la razón pura a la razón práctica, y de ésta a la crítica del juicio, recorriendo el itinerario entre estática, ética y estética para ilustrar con su oxímoron geométrico la oposición entre virtus y fortuna, dilema último de un trayecto profesional o personal, y que la biografía de este manchego universal reúne con singular felicidad.