Opinión 

Españoles en Europa

Luis Fernández-Galiano 
30/09/2013


España exporta arquitectos, pero también arquitecturas. En la crisis, el foco de los medios ha iluminado el éxodo juvenil: miles de arquitectos con una buena formación politécnica que han buscado en otros países europeos, en Latinoamérica, el Golfo o China las oportunidades que España no ofrece. Es ésta una emigración profesional menos traumática que las del pasado, porque la generación Erasmus se mueve en el exterior con más naturalidad y contactos que las anteriores, y porque tanto los vuelos baratos como la facilidad de las telecomunicaciones les permiten seguir conectados y próximos allí donde estén. Si regresan, lo harán con mayor competencia técnica y lingüística, y podrán fertilizar el país con la diversidad de su experiencia laboral y cultural. No parece pues del todo procedente el actual clamor contra el ‘exilio forzoso’ o la ‘fuga de cerebros’: los jóvenes arquitectos fuera de España son un activo para el país, y el grupo más capaz de adaptarse a un entorno de incertidumbre.

Junto a esta exportación de jóvenes profesionales, la arquitectura española ha procurado capear el actual temporal económico a través de la exportación del trabajo y el talento: desde los estudios con reconocimiento internacional o las grandes oficinas con capacidad de gestión, y hasta los despachos emergentes o los arquitectos recién titulados, todos buscan en el extranjero los proyectos que la situación del país hace difícil hallar en el sector público o privado nacional. La competencia es sin duda exigente, la normativa a menudo laberíntica, y los hábitos constructivos siempre diferentes, pero a fin de cuentas la arquitectura es un esperanto que nos hace sentir hablantes de un lenguaje común. Los ejemplos aquí publicados, todos ellos en el ámbito europeo, ponen de relieve las ventajas de poder operar en un continente sin fronteras, y subrayan la importancia crucial de este proyecto político compartido, por más que las llamas del entusiasmo paneuropeo de hace bien poco sean hoy brasas que deben avivarse.

En paralelo a estos dos flujos exportadores, el de gentes y el de servicios, España también ha enviado al exterior una nutrida representación académica que está presente en las más importantes universidades norteamericanas y europeas, y esta emigración cualificada de profesores robustece los vínculos profesionales y personales que anudan esta gran estructura en red. Hace ya tiempo describí la nuestra como una ‘península sin perímetro’, entendiendo que una historia modelada por migraciones centrípetas y centrífugas se aviene mal con el aislamiento y la clausura. El sístole y diástole demográfico que estamos contemplando en esta última etapa puede interpretarse como latido o convulsión, como ondas largas de nuestra aventura común o como tormenta perfecta en una España que ha transitado del éxtasis a la exasperación. Sea como fuere, este país endeudado y exhausto tiene la necesidad de exportar —profesionales, proyectos o profesores—, y al hacerlo la arquitectura contribuye al esfuerzo coral de regeneración.

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