Ernest Hemingway publicó Fiesta en 1926, una novela que sería paradigmática de la generación perdida del período de entreguerras. En ella, un grupo de personajes viajan de París a Madrid con escala obligada en los Sanfermines de Pamplona, descritos en detalle y origen de la fascinación por la fiesta navarra en el ámbito anglosajón. El libro contiene una cita mítica, muy repetida porque describe bien numerosos procesos políticos, económicos y sociales: «¿Cómo te arruinaste?», preguntó Bill. «De dos maneras», dijo Mike. «Poco a poco, y luego de repente». Es legítimo preguntarse si ese colapso, al principio imperceptible y después incontenible, que hemos experimentado en crisis financieras o levantamientos populares, no está amenazando también la arquitectura institucional que soporta la convivencia: en nuestro país con el agrietamiento del edificio jurídico, y en el mundo con la pérdida de funciones o el declive de los organismos internacionales, comenzando por la ONU y extendiéndose a los que arbitran el comercio o a los tribunales de justicia supranacionales.
Puede parecer alarmista llamar la atención sobre las fisuras que empiezan a aparecer en la estructura constitucional española, sometida a una prueba de carga que pone en cuestión tanto el equilibrio entre los diferentes poderes del Estado como las mayorías cualificadas arbitradas para dar estabilidad e inercia a la organización institucional, pero el deterioro paulatino puede efectivamente transformarse en catastrófico de forma súbita, por más que hoy todavía podamos experimentar la resiliencia testaruda del tejido social y económico. Los grandes desajustes en la financiación del sistema de salud o las pensiones, unidos al desplome demográfico y la contracción geopolítica, dibujan un panorama escasamente plácido, que en ausencia de reformas de larga ambición y alcance no puede sino oscurecerse con nubes de tormenta. España, que es todavía uno de los países con mayor calidad de vida cotidiana, se soporta sobre una malla de acuerdos y azares que no conviene dar por sentada, y cuya libertad, prosperidad y paz no son en efecto rasgos de serie, sino logros provisionales y siempre frágiles.
La vulnerabilidad que se advierte en el ámbito doméstico se agrava al abrir el foco, en primer término al espacio europeo —un lugar de privilegio sometido a un proceso paulatino de erosión—, y a continuación al conjunto del planeta, donde tanto la globalización económica como la remisión de conflictos a instancias mediadoras retrocede aceleradamente. Y aunque es fácil atribuir a la muy reciente pandemia el propósito de asegurar la autosuficiencia de los bienes esenciales, reduciendo la dependencia de suministros a menudo inciertos y remotos, en la contemporánea fragmentación del globo interviene decisivamente la convicción de que el actual sistema está al servicio de los intereses de Occidente, percibidos como nítidamente divergentes con los del Sur Global. Así, las estructuras que otorgan estabilidad al sistema, desde la Organización Mundial del Comercio hasta el Tribunal Penal Internacional, se debilitan y desprestigian de forma progresiva, y la etapa venturosa que se abrió con la caída del Muro va cerrando su ciclo histórico: poco a poco, y quizá luego de repente.