Aby Warburg, Bilderatlas Mnemosyne, plancha 48, octubre 1929 © The Warburg Institute, 2020

En el principio era la imagen. Refutando el primer versículo del Evangelio de Juan —‘En el principio era el Verbo’—, el protagonismo de lo visual gana ventaja en el estudio del pasado más remoto, y también en la reflexión sobre la comunicación contemporánea. La arquitectura, como disciplina de síntesis, ha privilegiado la capacidad inclusiva del ojo frente a la narrativa analítica del oído, y en la sin duda esquemática división de los hemisferios cerebrales —el derecho que controla lo visual y el izquierdo que se asocia a lo verbal— ha tomado partido por el primero: como repetían los viejos profesionales, ‘nunca fue la palabra el medio de expresión del arquitecto’. Es posible que la prioridad dada a la imagen nos haga menos capaces de elaborar los ‘relatos’ que hoy gobiernan la toma de decisiones —aunque ha habido arquitectos que han sabido difundir lemas eficaces, del ‘menos es más’ de Mies a la ‘máquina de habitar’ de Le Corbusier—, pero la fuerza sintética del golpe de vista ayuda a interpretar mejor la complejidad.

La integración de conocimientos de áreas muy diversas, la reconciliación de demandas funcionales contradictorias y la armonización de intereses inevitablemente discrepantes se benefician más de una mirada panorámica que de una aproximación lineal: para el arquitecto, el ojo clínico es más útil que el análisis verbal, porque la equivalencia clásica entre la imagen y la palabra es seguramente ficticia. Admiramos a personajes como Warburg o Malraux que usaron imágenes para elaborar teorías e historias, y ya Horacio acuñó una expresión que ha llegado a nosotros después de fertilizar muchos siglos de reflexión estética: ‘ut pictura poesis’, la poesía como la pintura. La capacidad de la imagen para construir relatos detallados o del relato para transmitir imágenes precisas es sin embargo muy limitada, y la propuesta pintoresca del crítico de arte Eugenio d’Ors para aproximar ambos ámbitos a través de una filosofía figurativa que use el dibujo como charnela de unión es tan imaginativa como poco convincente.

Si el pensamiento visual está más presente en la arquitectura que en otras disciplinas, acaso haya surgido también con diversa intensidad en diferentes contextos culturales. Nuestro país, por ejemplo, que puede vanagloriarse de Velázquez, Goya o Picasso, no ha producido figuras de talla semejante en el terreno del pensamiento verbal. Aunque no puede escribirse una historia del arte sin la representación de la representación velazqueña, la crónica trágica goyesca o la revolución cubista picassiana, es perfectamente posible (véase la última síntesis del británico A. C. Grayling) publicar una historia de la filosofía sin otros nombres peninsulares que Séneca, Averroes y Maimónides: un hispanorromano, un árabe andaluz y un judío sefardí, nacidos todos en Córdoba pero que acabaron sus días en Roma, en Marrakech y en El Cairo. Si queremos que ‘pensamiento español’ no sea un oxímoron, quizá debemos incorporar su dimensión visual; como sabemos bien los arquitectos, en el principio no era el verbo sino la imagen. 



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