Música calcinada

Luis Fernández-Galiano 
01/01/2016


La obra de Fernando Menis reúne arraigo físico y libertad mental, el apego táctil a la materia constructiva y la imaginación visual de su lenguaje compositivo, los vínculos estrechos con el paisaje mineral de las islas Canarias y la variedad de registros de su fronda de referencias. Esta arquitectura verosímil e inesperada es al mismo tiempo geológica y culta, rigurosa y juguetona, insular y cosmopolita, y se instala en las certezas pétreas de la tradición para subvertirlas con ironía y afecto. Sobre la base sólida y eficaz de un tenaz realismo constructivo, funcional y climático, Menis practica el juego serio del lenguaje: las formas escultóricas del hormigón, los movimientos quietos de las curvas de acero o las pieles tibias y lisas de la madera bromean con el orden rústico de las mamposterías o los zócalos de piedra, salpicando el conjunto con fogonazos de humor, sensualidad y emoción, en una arquitectura cuyas múltiples referencias a la naturaleza y a la historia se amalgaman con realismo y elocuencia en unos proyectos que tienen, como su autor, fundamento en el paisaje y la cultura, en la materia y en la imagen. Si esto mismo pudo decirse de su carrera compartida, es sin duda porque no hay cesura alguna entre su trayecto coral y su recorrido en solitario. Solo o acompañado, Menis ha gestado un idioma propio que lo distingue como autor: no poca cosa para un creador, y todavía más para un arquitecto.

Este lenguaje megalítico y papirofléxico, capaz de combinar la gravedad esencial del hormigón con los pliegues livianos de una escenografía pétrea, reúne fuerza musculosa y agilidad aérea, para poder (Mohammed Ali dixit) «flotar como una mariposa y picar como una abeja». El boxeador que entonces se llamaba Cassius Clay explicó de esta forma su histórica victoria ante Sonny Liston, y algo parecido cabe decir de Fernando Menis. Brutal y delicada, su arquitectura estereotómica y telúrica finge levitar en ocasiones, pero es sólo para golpear más eficazmente nuestros sentidos. Cavernosa antes que solar, sus interiores están animados por una luz negra que modela formas laboriosamente esculpidas donde a menudo se advierten las huellas de la herramienta o de la mano. Más manierista que romántica, la obra de Menis ha sabido salir de su reducto volcánico e insular para extenderse a emplazamientos muy lejanos, impulsada por una crisis que ha obligado a muchos a abandonar su zona de confort, pero movida también por la conciencia nítida de que su universo formal no se agota en el perímetro del archipiélago. Y sin embargo, convertida en arquitectura peregrina, esta obra singular sigue estarudamente fiel a sus orígenes, provocadoramente oximorónica y alimentada por un fuego interior que la consume. Si Goethe describió la arquitectura como música congelada, la de Menis es música calcinada.

Luis Fernández-Galiano


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