Muros maestros

Luis Fernández-Galiano 
30/11/2011


La escuela es muros y maestros. Arquitectura y pedagogía construyen los edificios escolares, y queremos pensar que su importancia es pareja. No es así: una escuela puede prescindir de los muros, pero no de los maestros. Si André Malraux teorizó un museo sin muros que usaría la fotografía como herramienta de acceso a la belleza, Marshall McLuhan propuso un aula sin muros que emplearía los medios de comunicación como instrumentos de acceso al conocimiento, y tanto uno como otro entendieron la ausencia de muros como la representación del traslado de la esfera física a la virtual. Sin embargo, el mundo inmaterial de las imágenes, los medios y las redes excluye la dimensión emocional de la presencia, y son precisamente el escalofrío estético de la proximidad o el estímulo intelectual de la oralidad los que establecen el contacto con la obra maestra o el maestro escolar. Podemos prescindir de los muros, pero no del espacio físico donde se desarrolla la relación entre maestro y discípulo.

Ese componente espacial del ámbito educativo se extiende al trayecto de la casa a la escuela, un itinerario que habitualmente supone el primer contacto íntimo del niño con su medio físico. Sea tutelado o autónomo, sea individual o en grupo, sea urbano o rural, el recorrido desde el útero tibio del hogar hasta el recinto coral del colegio es una apertura al mundo y a los otros, pero también una exploración de la ciudad inmediata o de los campos próximos, y esos paisajes cotidianamente transitados encierran tantas enseñanzas como los muros de la escuela, porque en ellos reside el riesgo del azar y el placer del descubrimiento. La escuela es un lugar tanto como un viaje: un viaje material que reconoce el territorio y un viaje moral que abre las puertas a la sociabilidad y las ventanas al conocimiento, en una mudanza que lleva al niño o al joven a la disciplina de los límites que establece un entorno colectivo y al engarce de su personalidad en la exigente coreografía de lo compartido.

El recientemente desaparecido Fabián Estapé —un gran economista que fue también biógrafo de Ildefonso Cerdá— solía decir que un hombre es ‘una madre y un bachillerato’, expresión castiza que subraya nuestra deuda con la familia y la escuela, crisoles esenciales de la formación que enriquece a la persona tanto como la habilita para insertarse en el mundo social y laboral. Y tanto en la casa como en el aula, la arquitectura de los espacios no es tan importante como la arquitectura de las relaciones, la naturaleza de los vínculos que se establecen entre los miembros de la familia o entre los miembros de la comunidad escolar. Necesitamos excelentes edificios, pero necesitamos aún más maestros excelentes, y nada de esto puede lograrse sin la estima social de la docencia y el apoyo de las familias a las aulas. La mejora de la educación no reside en los programas o en las construcciones, sino en los profesores. El muro maestro de la escuela global no es el muro sino el maestro.

Luis Fernández-Galiano


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