Necesitamos más viviendas, y además necesitamos mejor ciudad. El alojamiento es el espacio donde se cruzan los grandes desafíos contemporáneos, desde la precariedad juvenil o el turismo masivo hasta la inmigración incontrolada o el cambio climático, problemas todos ellos que —más allá de requerir estrategias específicas— tensionan el mercado de la vivienda. Hay que mejorar la situación de los jóvenes, lastrados en la atención política por su escaso peso electoral; hay que establecer límites al turismo sin renunciar a la riqueza económica y cultural que procura; hay que regular la inmigración, conscientes de que es un fenómeno incontenible y necesario ante nuestro invierno demográfico; y hay que adaptar edificios y ciudades al impacto irreversible del cambio climático. Siendo todo ello necesario, y contribuyendo de diferentes maneras a la asequibilidad o calidad de la vivienda, no es en absoluto suficiente, porque las dificultades de acceso a un alojamiento digno tienen una dimensión cuantitativa que solo puede abordarse a través del incremento del parque residencial.
Construir más casas es la receta tenazmente repetida por los economistas que han valorado los programas de diferentes partidos políticos, desde los demócratas estadounidenses hasta los socialistas europeos, en los que la preocupación social por el coste de la vivienda ha incorporado medidas que apoyan la demanda con subvenciones, porque si no se aumenta la oferta con más viviendas, rehabilitadas o nuevas, estas ayudas tendrían el efecto de incrementar los precios de adquisición o alquiler. Así que sobre todo necesitamos más viviendas, y necesitamos que se inicien cuanto antes, simplificando los hoy prolijos trámites administrativos para no añadir más plazos a los ya considerables del proyecto y la construcción. Es evidente que desde una revista que celebra y publica la excelencia no se puede sino desear que estas realizaciones residenciales tengan la calidad material y formal que les permita contribuir a la sostenibilidad urbana, a la orquestación social de los usos y al atractivo estético de los conjuntos, pero hoy el mensaje a los que toman las decisiones debe poner énfasis en la cantidad.
Esa es también la opinión de Greg Clark, el urbanista británico que ha asesorado a multitud de ciudades: «Suena estúpido, pero la solución al problema de la vivienda es construir más casas». El investigador y profesor participa en una serie de la BBC que tiene por título My Perfect City, y que resume como una combinación de la vivienda de Viena, la tecnología de Seúl, la seguridad de Glasgow, el tratamiento hacia el envejecimiento de Tokio, la apuesta verde de San Francisco, el empleo de Toronto o la multiculturalidad de Singapur. A este collage Clark añade que las ciudades con más éxito tienen mucho turismo y una fuerte economía dependiente de él, pero en todas hay un problema de falta de vivienda, que desde luego exige construir más. Y todo ello mientras adaptamos las ciudades al cambio climático, fomentamos la diversidad social y mantenemos la densidad y compacidad que haga posible dotarlas de infraestructuras eficientes: «Las mejores ciudades no son aquellas en las que los pobres tienen coche, sino aquellas en que los ricos cogen el metro». Hacer más viviendas exige hacer mejor ciudad.
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