Pese a su descrédito parcial justificado por tantas secuelas banales, el efecto Guggenheim sigue siendo viable en algunos contextos. Probablemente los habitantes de Lens estarán de acuerdo con esta afirmación, testigos de cómo su depauperada ciudad minera se ha transformado desde la inauguración hace poco más de un año de la primera sucursal del Museo del Louvre. Mezcla afortunada de un edificio exquisito de SANAA y una no menos exquisita colección flotante de obras artísticas (véase Arquitectura Viva 149), el Museo de Lens ha atraído en sus primeros doce meses de vida a más de 900.000 visitantes, y se prevé que a medio plazo esta afluencia se estabilice en el medio millón anual.
Obligada por la crisis, la cultura fomenta sus franquicias, y las colecciones antaño intocables de los grandes museos se fragmentan para buscar oportunidades de negocio. Así, la grandeur cultural de Francia ha perdido su inveterada condición centralista, en un movimiento astuto que por su éxito resume ejemplarmente el caso de Lens, pero que se extiende a otros casos más complejos o dudosos, pero no menos lucrativos, como la sede del Louvre Abu Dabi —cuya inauguración se prevé para 2015— o la primera sucursal del Centro Pompidou fuera de Francia, en Málaga: una operación no exenta de incógnitas que permitirá complementar las colecciones de Carmen Thyssen-Bornemisza y del Museo Picasso con setenta obras de arte contemporáneo, previo pago anual de un millón de euros. En tiempos de crisis la cultura se mueve, y mueve dinero.