Sociología y economía 

Llega el frío

La Gran Recesión enfrió la economía del planeta, clausurando con obras emblemáticas una década que vio estallar un rosario de burbujas inmobiliarias.

Luis Fernández-Galiano 
30/04/2010


El planeta se calienta, la economía se enfría, y un temblor de incertidumbre sacude nuestras vidas. Un rosario de crisis anudadas ha tejido una red de pesimismo que encierra en sus mallas los signos de recuperación. Disuelto el pánico de finales de 2008, el año 2009 ha experimentado una euforia bursátil que se compadece mal con los desequilibrios comerciales y los riesgos monetarios, y un dinamismo en algunas economías emergentes que no es incompatible con el debilitamiento de la gobernanza global, incapaz de abordar los dilemas del clima y el terror.

España sufrió la parálisis de las grúas que alimentaron su prosperidad inmobiliaria, mientras la China olímpica vio arder en Pekín la recién coronada sede de CCTV.

En la arquitectura, el remate de la última cosecha de obras emblemáticas se ha producido en paralelo al colapso de numerosas burbujas inmobiliarias, una simultaneidad paradójica que ilustra bien la coincidencia entre la terminación del Burj Dubai —ahora llamado Burj Khalifa, torre Califa, que con sus 818 metros es el edificio más alto del mundo— y el derrumbamiento de las finanzas del emirato, rescatado in extremis de la quiebra por su vecino Abu Dhabi, cuya prosperidad petrolera promueve por cierto la más ambiciosa experiencia de sostenibilidad urbana: la nueva ciudad de Masdar, diseñada por la oficina británica de Norman Foster.

La torre Califa rompió en Dubai el récord mundial de altura, mientras el Emirato se declaraba en ruina financiera; de ella le rescató Abu Dhabi, que en contraste promueve ciudades horizontales modelo como Masdar.

La naturaleza contradictoria de los tiempos se advierte también en España, donde la profundidad de la crisis, que ha devastado un sobredimensionado sector de la construcción y generado unas tasas de paro que doblan el promedio de la Unión Europea, no ha suscitado ni conflictividad social ni un debate político que merezca ese nombre, enredándose los líderes mediáticos en reproches cruzados sobre la corrupción, mientras el endeudamiento acelerado del Estado traslada a un futuro impreciso los costes de la adaptación a un mundo que ha cambiado irreversiblemente.

La ópera de Oslo, una obra del estudio noruego Snøhetta, obtuvo el influyente premio Mies, mientras el suizo Peter Zumthor (abajo, su lírica capilla en Mechernich) fue galardonado con el codiciado premio Pritzker.

No es fácil, en este contexto, compilar un balance del año que se limite a reseñar los acontecimientos y los aniversarios, los premios y las pérdidas, los concursos y las culminaciones de edificios. Bajo el impacto de la ya bautizada como Gran Recesión, la primera década del siglo xxi se ha cerrado con sabor a ceniza, y los esfuerzos por adjetivarla —de la década perdida a la década del doble cero— testimonian que, más allá del extraordinario auge de las redes sociales, las perspectivas abiertas por el desciframiento del genoma humano o los avances de la inteligencia artificial, los compases postreros de la era analógica están teñidos por el escepticismo y la ansiedad: ingresamos en un tiempo nuevo que no puede explicarse rutinariamente, pero no sabemos si desearlo o temerlo.

Dos de las más celebradas inauguraciones de museos fueron la del Art Institute de Chicago, una obra del genovés Renzo Piano, y la del MAXXI de Roma (abajo, el vacío sobre el vestíbulo), un diseño de la anglo-iraquí Zaha Hadid.

Con todo, debemos disciplinadamente recordar que el segundo centenario de Charles Darwin —y el 150 aniversario de El origen de las especies, que tanto influyó en la concepción evolutiva del diseño— coincidió con el primero del futurismo, un movimiento ambiguo que recuperamos con cautela, y con los centenarios de personajes como el arquitecto y crítico Ernesto Rogers, que conocemos por su firma BBPR, pero también por su dirección de Casabella (una revista que, junto a su contrapunto Domus, celebró este año su 80 aniversario); como el ingeniero Fritz Leonhardt, que construyó obras esenciales durante el periodo nazi y en la democracia; o como el pai- sajista Roberto Burle Marx, inseparable del Brasil joven que levantó Brasilia, una ciudad nueva que cumple ahora 50 años: los mismos que el Guggenheim de Frank Lloyd Wright, celebrados con una exposición del maestro que viajó de Nueva York a Bilbao, cruzando el Atlántico en sentido inverso a la gran exposición conmemorativa de los 90 años de la Bauhaus, que se inauguró en Berlín para reabrirse en el MoMA.

Más allá de las efemérides, los rescoldos del año de China alumbraron la imagen insó- lita de la sede del CCTV en llamas: una de las obras icónicas del Pekín olímpico —diseñada por el holandés Rem Koolhaas— destruida parcialmente tras un incendio provocado por una fiesta con fuegos artificiales, circunstancias todas que contribuyen a suministrar una ilustración sesgada del vigor afirmativo y la fragilidad indecisa de la nueva superpotencia, admirada por su auge económico y censurada por sus deficiencias democráticas; críticas éstas que no han impedido al ‘país del centro’ formar con Estados Unidos el G-2 que hoy lidera el planeta.

La Caja Mágica (abajo), de Dominique Perrault, no consiguió para Madrid los Juegos de 2016. Francisco Mangado, que completó en Vitoria otra caja metálica, recibió el Premio de Arquitectura Española por su Pabellón

Desde luego, a esta todavía ineficaz gobernanza global se han incorporado nuevos protagonistas, y muy singularmente los emergentes India, Indonesia, Sudáfrica y Brasil, que ante la glaciación japonesa, la implosión rusa y la parálisis europea están llamados a desempeñar un papel cada vez más significativo, subrayado a menudo —como en el caso de China— por los macroeventos deportivos. Así ocurrirá con el Mundial de Sudáfrica de 2010, que ha levantado ya estadios de mérito en Johannesburgo, Ciudad del Cabo, Puerto Elizabeth y Durban; y así con el Mundial de Brasil en 2014, reforzando el liderazgo continental de un país que obtuvo en octubre los Juegos Olímpicos de 2016 para Río de Janeiro, en competencia con el Chicago de Obama, pero también con Tokio y Madrid, ciudad ésta que coronó su apuesta infructuosa con la inauguración en mayo de la formidable Caja Mágica de Dominique Perrault, un centro de tenis impulsado por los éxitos internacionales de la ‘Armada’ española.

El año tuvo asimismo la habitual lista de premios, encabezada por el Pritzker, que ganó el severo suizo Peter Zumthor, y el Mies, que se otorgó a la Ópera de Oslo, una obra horizontal, paisajística y urbana del estudio Snøhetta; el portugués Álvaro Siza recibió a la vez el Oro británico y el francés, mientras el estadounidense recaía en el australiano Glenn Murcutt; la angloiraquí Zaha Hadid, que terminó el museo MAXXI en Roma, fue galardonada con el Praemium Imperiale, y el norteamericano Steven Holl, que inauguró el museo Knut Hamsun en la Noruega de sus orígenes, fue el primer receptor del generosamente dotado premio de la Fundación BBVA; el británico Norman Foster, que inauguró en Madrid la primera exposición exhaustiva de sus dibujos, fue distinguido con el Príncipe de Asturias de las Artes, siendo el cuarto arquitecto que obtiene este premio, el más prestigioso de los concedidos en España, donde los organismos profesionales también destacaron dos obras recientes: el Teatro del Canal en Madrid, un proyecto de Juan Navarro Baldeweg que recibió el premio de la Bienal, y el Pabellón de España en Zaragoza, una realización de Francisco Mangado a la que le fue otorgada el Premio de Arquitectura Española, al mismo tiempo que el navarro completaba otras dos obras importantes, el Palacio de Congresos de Ávila y el Museo de Arqueología de Álava.

Santiago Calatrava acabó en Lieja una monumental y liviana estación para la alta velocidad ferroviaria (arriba), mientras Juan Herreros ganó en Oslo el concurso para construir, al lado de la premiada ópera, el Museo Munch (arriba).

La nómina de obras completadas, además de las ya mencionadas arriba, debería incluir el Museo de la Acrópolis de Bernard Tschumi en Atenas; la Fundación Pinault de Tadao Ando en Venecia; el Art Institute de Renzo Piano en Chicago; y los museos de David Chipperfield en Anchorage, Gigon y Guyer en Lucerna, Sauerbruch y Hutton en Múnich o Delugan y Meissl en Stuttgart; asimismo la estación de Santiago Calatrava en Lieja; el paseo marítimo de Carlos Ferrater en Benidorm; la biblioteca y el estadio de Toyo Ito en Hachioji y Kaohsiung; o el insólito espacio universitario hipóstilo de Junya Ishigami en Kanagawa. En el ámbito de los concursos, no pueden dejar de mencionarse los éxitos de David Adjaye en el Museo de Historia Afroamericana en Washington; de Steven Holl en la ampliación de la Glasgow School of Art; de Christian Kerez en la sede suiza de Holcim; de Nieto y Sobejano en el Centro de Artes Visuales en Madrid; de Carme Pinós y Guillermo Vázquez Consuegra en los CaixaForum de Zaragoza y Sevilla; de Esteve Bonell en el Parlamento de Lausana; y de Juan Herreros en el Museo Munch de Oslo, al lado de la recién premiada ópera.

Pero el año deja también una triste estela de pérdidas: arquitectos como el checo Jan Kaplicky, fundador del estudio Future Systems; el noruego Sverre Fehn, premio Pritzker en 1997 por una obra escasa y exquisita; el canadiense Arthur Erickson, que modeló Vancouver con sus construcciones musculosas; el francés neocorbuseriano Michel Kagan; o los norteamericanos Charles Gwathmey, uno de los míticos New York Five, y Malcolm Wells, pionero de la arquitectura ecológica; fotógrafos como Julius Shulman, que creó el mito de la costa oeste americana; y editores como Monica Pidgeon, que dirigió la mejor época de AD. Además de nuestros propios Luis Peña Ganchegui, el donostiarra que nos dejó con Chillida el Peine de los Vientos; Alfons Milá, miembro de la saga catalana que combinó la arquitectura con el interiorismo; Javier Lahuerta, maestro del cálculo de estructuras; y el llorado Juan Antonio Ramírez, el historiador del arte y la arquitectura que desapareció prematuramente dejan- do una colosal herencia intelectual. Ahora que el frío ha llegado, con la recesión económica y la reacción ante los excesos pirotécnicos de la prosperidad ostentosa, el necesario debate crítico echará de menos voces como la suya.





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