Líneas de fractura
La profusión de formas rotas entra en resonancia con las convulsiones de un año marcado por el terror islamista, que se manifestó trágicamente en Madrid.
El conflicto de civilizaciones pronosticado por Huntington se está convirtiendo en un patrón para interpretar las grietas del globo: la agitación del mundo eslavo en su perímetro impreciso, la competencia entre China y Estados Unidos o, sobre todo, la pugna violenta entre el universo musulmán y el Occidente judeo-cristiano. Pero esta profecía autoinducida reproduce sus grietas en el interior de las placas tectónicas de los bloques culturales y, mientras el analista norteamericano se preocupa por la heterogeneidad segregada que en su país introduce la creciente población de origen hispano, otras hendiduras de naturaleza política se abren por doquier en el propio Occidente: entre Estados Unidos y Europa, dentro de Estados Unidos entre el mundo rural del interior y el urbano de ambas costas, y dentro de la Europa ampliada a 25 miembros, entre devotos y reticentes del vínculo atlántico. Este panorama de desplazamientos y fracturas encuentra una adecuada representación simbólica en una arquitectura quebrada y tormentosa, cuyos precarios equilibrios remiten a la inestabilidad de un mundo sacudido por el terror sin fronteras y la guerra sin límites.
Mientras Madrid sufría los ataques a los trenes en Atocha e inauguraba la nueva terminal de Barajas, la ‘estética Stealth’ de OMA se materializaba en las obras fracturadas de Oporto y Seattle.
Invierno en los raíles
El largo invierno español iba a terminar con unas elecciones legislativas que serían la despedida de Aznar, escenificada arquitectónicamente por el presidente en el marco de la nueva terminal del aeropuerto de Barajas, una colosal estructura de gaviotas metálicas pintadas con los colores del arco iris por Rogers y Lamela, que se inauguró precipitadamente para la ocasión; sin embargo, los amenes del político tendrían lugar más bien en las vías de la estación de Atocha, destino de los cuatro trenes atacados por el terrorismo islamista con el balance trágico bien conocido de 192 muertos y 1.500 heridos: el atentado del 11 de marzo proyectaría su sombra sobre las urnas del día 14 y la vida posterior de la nación, haciendo de la linterna cerámica de Rafael Moneo un memorial sobrevenido de las víctimas. En el pequeño planeta de la arquitectura, el protagonista del invierno fue Rem Koolhaas, que recibió la Medalla de Oro del Royal Institute of British Architects mientras aún permanecía abierta su macro exposición berlinesa, y se sucedían las inauguraciones de sus obras: tras la embajada de los Países Bajos en la capital germana y el centro de estudiantes en el Illinois Institute of Technology de Chicago, la espectacular biblioteca de Seattle sería recibida con un aplauso comparable al que previsiblemente recibirá la ya muy avanzada Casa da Música de Oporto, dos piezas facetadas de estética Stealth que cristalizan pedagógicamente el espíritu dislocado de los tiempos.
Primavera en las alturas
La irakí londinense Zaha Hadid fue galardonada con un polémico Premio Pritzker mientras en su país de origen la ocupación norteamericana se enredaba en una interminable guerra de desgaste esmaltada por el horror de las decapitaciones de rehenes y las torturas de presos, filmadas y fotografiadas para escándalo del mundo; otras distinciones internacionales recayeron sobre Óscar Niemeyer (Praemium Imperiale) y Gilles Perraudin (Medalla Tessenow), a la vez que la Medalla de Oro del Consejo de Colegios de Arquitectos de España se atribuía a Luis Peña Ganchegui, el Grand Prix francés a Patrick Berger y el Premio Stirling británico a Norman Foster por la torre-obús de Swiss Re, distrayendo la atención de los temblores políticos y bélicos. España también cauterizó las heridas del 11-M con una boda en Madrid y una fiesta en Barcelona: en las alturas de la Catedral de la Almudena —una obra de varios estilos iniciada hace un siglo, pero terminada recientemente por Fernando Chueca, arquitecto y gran historiador que fallecería antes de terminar el año, y decorada en murales y vidrieras por Kiko Argüello, un extravagante líder católico—, que junto con el Palacio Real forma la cornisa monumental de la capital, se casó el heredero de la corona con una periodista de televisión; y en el nuevo Fórum de las Culturas —levantado al borde del mar para impulsar el desarrollo urbano, sobre una depuradora en servicio y con un edificio triangular de Herzog y de Meuron como pieza central— se inauguró un acontecimiento ferial y cultural de resultados agridulces, cuyo programa de actividades se prolongaría durante todo el estío.
Los volúmenes en vuelo del Edificio Fórum de H&deM (abajo), el centro de ciencias en Wolfsburg y el parlamento escocés representan el evento de Barcelona, el Pritzker de Hadid y el polémico éxito póstumo de Miralles.
Verano en los estadios
Esta estación tendría su centro inevitable en los eventos deportivos, y tanto el campeonato europeo de fútbol en Portugal como los Juegos Olímpicos de Atenas dejarían tras de sí arquitecturas emblemáticas: Eduardo Souto de Moura construyó en una cantera el estadio de Braga, el más singular de los promovidos para disputar la competición; y Santiago Calatrava levantó la gran cubierta sostenida por arcos del estadio olímpico, que habría de ser el mejor símbolo de unos juegos retornados a sus orígenes helénicos y organizados en una carrera contra los plazos de ejecución de las obras. La saga de la Zona Cero se continuó con encargos de memoriales y edificios conmemorativos a Michael Arad con Peter Walker, Frank Gehry y los noruegos de Snøhetta, amenazando con convertir el solar de la tragedia en un parque temático-inmobiliario; y en España, la inauguración prematura de Barajas fue seguida por las de la ampliación del Reina Sofía de Nouvel y el MUSAC de Moreno Mansilla y Tuñón, dos museos de arte contemporáneo en Madrid y León que extienden la promoción pública de la cultura de vanguardia.
Otoño en los canales
Venecia fue la cita más concurrida del otoño, con una Bienal tempestuosa que premió la carrera de Peter Eisenman —en el año del centenario de su admirado Terragni—, las obras de Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa, y el espíritu crítico del pabellón belga. Por su parte, los estrenos más debatidos fueron los del Parlamento de Escocia en Edimburgo, realización póstuma de Enric Miralles cuyo descontrol presupuestario fue objeto de una investigación política; y la del remodelado Museo de Arte Moderno de Nueva York, ampliado por Yoshio Taniguchi con sobrio laconismo, e inaugurado —como la biblioteca construida por Polshek para Clinton— tras unas apasionadas elecciones que dieron a George Bush cuatro años más en la Casa Blanca. En este último trimestre, la desaparición de Jacques Derrida —cuya filosofía de la deconstrucción inspiró una arquitectura de formas fracturadas— fue el colofón de una lista necrológica que incluyó a los europeos Kleihues, Belgiojoso, Reiner y Steidle, y a los nortamericanos Koenig, Abramovitz, Larrabee Barnes y Fay Jones, además del gran fotógrafo Ezra Stoller: los edificios congelados en el espejo de su lente dibujan el perfil de una época más optimista, y de una modernidad que todavía encerraba una promesa de emancipación. Desde el punto de fuga de este prólogo del siglo, un sueño racional que ha sido desplazado por el sueño de la razón.