¿Hay futuro para la casa de alta costura? La retirada de Yves Saint Laurent dibuja un hito simbólico en el declive de la alta costura textil; y la dispersión heteróclita de las casas que aquí se recogen ilustra elocuentemente el actual desconcierto de la alta costura arquitectónica. En el terreno de la moda, el descenso en la demanda de modelos exclusivos ha hecho que la haute couture sirva sólo como emblema de los productos de serie de la firma, desde la ropa prêt-à-porter hasta los perfumes y accesorios, en un tránsito de la etiqueta a la marca que subraya el predominio contemporáneo del logo. Y en el ámbito de la construcción, la creciente divergencia de costes en la ciudad periférica entre las casas hechas a medida y las viviendas normalizadas ha reducido a menudo aquéllas al papel de soporte de experimentos estéticos, orientados en muchos casos a la visibilidad mediática del arquitecto.
La alta costura ha sido tan característica del siglo XX como el alto diseño, y no es disparatado pensar que acaso se despidan a la vez. Las clientas del modista y las del arquitecto han sido a menudo las mismas, la ropa ha expresado los cambios sociales con la misma eficacia que las casas de autor, y la moda ha ingresado finalmente en los museos siguiendo la estela de las arquitecturas domésticas. Vestir de otra manera y vivir de otra manera son decisiones estrechamente vinculadas que asociamos al experimentalismo rupturista de un siglo de vanguardias, pero son también rasgos de distinción que contribuyen a configurar un universo exclusivo para las élites sociales. La originalidad en el atuendo, como la singularidad en la casa, definen a la vez un propósito de investigación en el ámbito elusivo del estilo y una voluntad de diferenciación a través de los tamices tupidos del gusto.
Existe, desde luego, una crítica de la casa que reprocha a la vivienda unifamiliar su ávido consumo de territorio y energía, presentándola como la más voraz amenaza para los recursos escasos del planeta; y existe también una visión ominosa de la residencia aislada como la manifestación arquetípica del individualismo extremo de nuestra época, que ha transformado su inicial virtud liberadora en disfuncional disgregación antisocial; pero esas censuras se aplican por igual a la alta costura y al corte y confección arquitectónicos. Sobre las casas de alto diseño se proyecta sin embargo la sombra específica y levemente bochornosa de la fantasía, esa exacerbación de la subjetividad singular por encima de la existencia objetiva que ya escindió también la que es sin duda la forma artística del siglo vencido, el cine, fracturado en su origen entre la voluntad documental de Lumière y la imaginación caprichosa de Méliès. ¿Caduca éste, regresa aquél?