Es difícil escribir sobre arquitectura, el arte creativo y positivo que amo profundamente, cuando el régimen criminal de Putin está bombardeando sin piedad y de manera sistemática mi país de origen, Ucrania: una nación europea, soberana y orgullosa. Millones de personas han huido, y miles han perdido la vida defendiéndola. Muchos de los que se quedaron se esconden en sótanos o el metro, o tienen miedo de salir de sus casas. Nadie está a salvo. Buena parte de la infraestructura del país en una docena de grandes ciudades y en decenas de pueblos ha quedado destruida. Y gran parte del patrimonio cultural está en peligro y puede perderse para siempre. Milagrosamente, el fuego no alcanzó la central nuclear más grande de Europa, cerca de Zaporiyia. Las bombas han caído justo al lado del monumento de Babi Yar, el escenario de las masacres perpetradas por los nazis en 1941. Hay caos, miedo y sufrimiento por doquier. En este contexto, me resulta difícil escribir esto: el ejército ruso está destruyendo nuestra civilización. Se trata, sin embargo, de un hecho irrefutable: el país que luchó y consiguió la paz en la II Guerra Mundial se ha convertido en la Alemania nazi del siglo XXI. Resulta algo inconcebible. Algo que no se olvidará, que no se perdonará. Pero quiero que todo el mundo sepa que la Ucrania democrática acabará prevaleciendo, pues está en el lado correcto: Rusia es el agresor. Ucrania reconstruirá sus hermosas ciudades y abrirá su hospitalidad sin límites a todo el mundo.
Cuando en septiembre del año pasado entrevisté a Serguéi Kuznetsov, arquitecto jefe de Moscú desde 2012, pensé que este tenía el trabajo más enviado del mundo. «Piénsalo —me dijo—: tengo la oportunidad de imaginar nuevos proyectos a la escala de una gran metrópolis, una de las más grandes y dinámicas del mundo. Ni siquiera estoy seguro de que haya alguna otra ciudad que esté cambiando su imagen tan rápido». Y es verdad. O mejor: era verdad. La magnificencia del crecimiento reciente de Moscú y sus ambiciosos planes de desarrollo eran impresionantes. La que es con diferencia la ciudad más grande de Europa —más de veinte millones de habitantes en su área metropolitana— se ha embarcado en proyectos como la reubicación de más de un millón de moscovitas, que dejarán los ajados bloques soviéticos de viviendas en que vivían para instalarse en torres recién construidas. Una ciudad en la que, por otro lado, se están erigiendo decenas de nuevos rascacielos —la Manhattan del río Moscova—, y en la que, además, están en marcha nuevos y enormes barrios, se han abierto más de cien nuevas estaciones de metro en los últimos años y otras tantas están en proyecto, por no mencionar la construcción del Centro de Innovación de Skólkovo —el Silicon Valley ruso—, la primera ciudad científica que se levanta desde cero en la Rusia moderna. La ciudad cuenta asimismo con muchas dotaciones culturales y lúdicas de nivel internacional, ya terminadas, y otras planificadas o ya en construcción. La pregunta aquí resulta interesante: ¿quién proyectó todos estos edificios? Tomemos como referencia, por ejemplo, los proyectos para los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008: en Moscú se ha dado una producción arquitectónica semejante y han trabajado en la ciudad una nómina igual o más larga de arquitectos estrella de Europa continental, Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos.
Tras la invasión rusa, muchos de estos proyectos se han suspendido, y algunos de ellos, incluido el Museo Garage (OMA, 2015), el centro cultural GES-2 (Renzo Piano, 2021) y el Instituto Strelka —que ha funcionado como escuela privada desde 2009 y que inicialmente contó con Koolhaas como consejero creativo—, han tenido que suspender su programación indefinidamente. Se está produciendo también un éxodo espectacular de empresas occidentales, desde Boeing hasta el símbolo del capitalismo en Rusia, McDonald’s (cuando la primera franquicia abrió en la capital en 1990, el restaurante atendió a 30.000 personas). También los arquitectos han decidido cerrar sus oficinas en Rusia como protesta, entre ellos Foster+Partners, Zaha Hadid Architects, OMA, Herzog & de Meuron, David Chipperfield, MVRDV, Snøhetta, Diller Scofidio+Renfro y UNStudio. Muchas de estas oficinas habían trabajado en numerosos proyectos en Moscú y en toda Rusia. En paralelo, las asociaciones y colegios profesionales de arquitectos de todo el mundo han condenado la guerra, y los profesionales rusos ya no podrán participar en concursos internaciones y foros de prestigio. Por otro lado, las principales universidades de Occidente han roto relaciones con las escuelas y academias rusas, los oligarcas que formaban parte de los consejos de prestigiosas instituciones culturales de todo el mundo están dejando sus puestos, y las compañías teatrales y orquestas están despidiendo a músicos y cantantes por su apoyo a Putin.
Lo que vendrá
Muchos arquitectos rusos se sienten traicionados: piensan que todo el mundo está contra su país. Deberían entender que las represalias contra su Gobierno criminal se justifican porque cualquier persona o institución que continúe haciendo negocios con Rusia implícitamente apoya a Putin. Al mismo tiempo, estoy orgulloso de los miles de arquitectos y diseñadores rusos que se han manifestado en contra de la guerra. 6.800 de ellos firmaron una petición que deja patente su posición: «Todas las guerras devalúan la esencia misma de la actividad creativa del arquitecto. Solo puedes ganarte el respeto de tu vecino mejorando tu propio país y hogar, no apropiándotelo mediante una guerra». Esta declaración fue retirada el 4 de marzo de 2022, cuando el Gobierno aprobó con premuras una ley que prohíbe que los rusos utilicen la palabra ‘guerra’ en todo lo que tenga que ver con lo que se describe oficialmente como «operación especial» en Ucrania. Los rusos se han visto obligados a adoptar un ‘doble lenguaje’, por usar el término orwelliano. Miles de manifestantes contra la guerra continúan expresándose a riesgo de ser procesados como extremistas y terroristas. ¿Quizá poco y demasiado tarde? Rusia se ha convertido en un Estado fascista en toda regla. Toda oposición queda aplastada. Solo una persona decide el destino de todo el país. Rusia está aislada del resto del mundo, igual que lo está su Führer del pueblo ruso e incluso de su propio Gobierno. ¿Qué será lo siguiente? Hay muchos escenarios posibles; ninguno muy alentador.
Mientras tanto, los ucranianos luchan por supervivencia, pero también por la supervivencia de Europa y de nuestro mundo, El valiente y popular presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski sigue en la sitiada Kiev y se ha convertido en el símbolo de la resistencia nacional. Pero la gente sigue muriendo y las ciudades siguen siendo destruidas. Este derramamiento de sangre sin sentido debe parar ya.
La arquitectura y la guerra son opuestas. Este debe extinguirse antes de que aquella pueda comenzar. La arquitectura es un arte lento, por mucho que los arquitectos pueden ser muy rápidos. Algunos tenían ya sus propuestas visionarias el mismo día de la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 en mi nueva ciudad, Nueva York. Esta rapidez puede ser buena. No debemos dejar de ser creativos; imaginar lo que vendrá después, la reconstrucción. Cuando termine la guerra. Haremos ciudades completamente nuevas con jardines en la tierra y puentes en el cielo. Lo natural es aspirar a la creación de obras de arte, alegres y bellas, y no a la destrucción. ¡Un día todos los soñadores se unirán para construir un mundo mejor! Cuando esto termine, me gustaría que todos los arquitectos que se han ido vuelvan a abrir sus estudios, pero no en Rusia, sino en la Ucrania liberada. También me gustaría que participasen en el restablecimiento y la creación de nuevas escuelas de arquitectura en Ucrania. ¿Quién pagará la reconstrucción? Por supuesto, la nueva Rusia democrática. Y los arquitectos rusas desempeñarán un papel activo en ese proceso. ¡Será el arquitecto jefe de Kiev quien tendrá el trabajo más enviado del mundo! Para entonces, Putin ya no estará y el mundo será un lugar muy diferente. Un lugar unido, libre, próspero y más hermoso que nunca. Ese momento llegará, estoy seguro. Cuando se escuchan los cañones, las musas callan. Pero cuando los cañones cesen, las musas se harán oír.
Vladimir Belogolovsky es un comisario y crítico nacido en Odesa y formado como arquitecto en Nueva York, desde donde mantiene estrechos vínculos con la escena rusa.