Jean Nouvel, Museo Louvre Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos)

Decimos solamente Golfo para evitar llamarlo Pérsico o Arábigo. Cuando ese mundo plácido de buscadores de perlas, criadores de camellos y cultivadores de dátiles se convirtió en un lago de petróleo, la vieja enemistad entre árabes y persas se expuso a través de la pugna geopolítica entre Arabia Saudí e Irán. Esa tensión se proyecta sobre la competición secular entre los Al-Nahyan de Abu Dabi y los Al-Thanis de Qatar, que en esta última etapa han utilizado la cultura y el deporte para promover su proyecto político, marco donde se encuadran las últimas obras icónicas, el Louvre Abu Dabi del francés Jean Nouvel y la Biblioteca Nacional de Qatar del holandés Rem Koolhaas. Abu Dabi y el resto de los Emiratos Árabes Unidos se vinculan estrechamente con Arabia Saudí, pero Qatar ha seguido un rumbo autónomo, defendiendo la ‘primavera árabe’ a través de la influyente cadena Al-Jazeera y estableciendo fuertes lazos con el Irán de los ayatolas.

El conflicto religioso y político entre las dos ramas del islam, sunitas y chiítas, se manifiesta hoy en el aislamiento diplomático de Qatar, que pese a compartir con los saudíes la variante wahabita del sunismo, es acusado por Arabia Saudí, Emiratos, Bahréin y Egipto de proteger a grupos terroristas y de convertirse en vehículo de las ideas revolucionarias iraníes, país con el que comparte la explotación de los yacimientos de gas natural en el Golfo. El bloqueo por tierra, mar y aire de Qatar, que lleva tiempo formulando una ambiciosa política independiente de sus vecinos —materializada en logros simbólicos como la organización del campeonato mundial de fútbol en 2022, lo que ha llevado a la construcción en el país de doce nuevos estadios—, tiene su último episodio en el proyecto saudí de construir un gran canal en su propio territorio que sirva de soporte para desarrollos turísticos y de paso convierta a la península catarí en una isla.

En la pugna contemporánea por visibilidad mediática entre Abu Dabi y Qatar, las recientemente terminadas construcciones monumentales en los dos países juegan un papel emblemático que es tentador asociar a sus agendas estratégicas respectivas: si el emirato ha querido jugar un rol conservador y tradicionalista, las curvas amables y etéreas de la franquicia del museo parisino en la isla de Saadiyat —‘la isla de la Felicidad’— hablan un lenguaje femenino; y ninguna expresión mejor de la agresividad masculina de Qatar que las aristas de hormigón de la biblioteca que levanta sus pliegues violentos en el distrito educativo de Doha. No sé muy bien si Rem Koolhaas es de Marte y Jean Nouvel es de Venus, pero nuestro poeta Rafael Alberti tituló Golfo de sombras al libro que dedicó al sexo femenino, y es imposible no ver en el cielo enredado de la cúpula del Louvre L’origine du monde de Courbet, un lienzo que nunca se expondrá en el Golfo. 


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