Hay amigos que ocupan un tramo de estantería, y advertimos su extensión cuando desaparecen. Ese era el caso de Vicente Verdú, y también el de Alberto Corazón, que murió el pasado 10 de febrero. Vicente y yo lo homenajeamos cuando la Fundación Telefónica le dedicó una gran exposición en el otoño de 2015, y en febrero de 2018 sería Alberto el que presentaría conmigo la Celebración de la pintura de Vicente, un libro que editó como testamento artístico de Verdú, fallecido en agosto de ese año, y al que recordaríamos los dos en la sesión necrológica realizada en febrero del año siguiente en el Círculo de Bellas Artes. Dos años después despedimos a Corazón, y la memoria de ambos se enreda en la emoción y en los anaqueles. Nos veíamos regularmente en las sesiones de la Academia de Bellas Artes, y es otro amigo y compañero de la misma, Simón Marchán, cuyo camino se trenzó con el de Corazón durante más de medio siglo, el que escribe su obituario en este número.