Alemania entre dos guerras: aprendizaje, crisis y madurez
1912. Retrato del artista joven, ante su primera casa. Mies lleva siete años en Berlín; al poco de llegar, el filósofo Alois Riehl y su mujer le encargan el proyecto de su casa y se convierten en los protectores del prometedor arquitecto. En 1912 Mies acaba de abandonar el estudio de Behrens y contempla el futuro con aplomo.
1926. El artista joven ha devenido un maestro. Se ha casado con una amiga de los Riehl, Ada Bruhn; ha tenido tres hijas con ella; ha vivido la guerra. Al comenzar la década de los veinte, el torbellino de la postguerra arrastra a Mies, que abandona a su familia y abraza las nuevas ideas estéticas. Dirige la Weissenhof, una colonia de viviendas sociales para cuya realización llama, entre otros, a Le Corbusier.
1927. Antes artista que reformador social, Mies se dedica con más perseverancia al proyecto de casas individuales que al de viviendas colectivas. Sus clientes son profesionales cultos y prósperos, para los que el arquitecto diseña con minuciosidad y elegancia residencias exquisitas, como la que construiría para Josef Esters y en cuyos croquis aparece ensimismado.
1929. El sombrero de copa se corresponde a la solemnidad de la ocasión: la inauguración del Pabellón Alemán en la Exposición Universal de Barcelona, quizá el momento estelar de su carrera.
1933. La mujer que contempla a Mies con devoción se llama Lilly Reich; interiorista y diseñadora de muebles, será durante más de una década su colaboradora y amante. Son malos tiempos para el arquitecto. Los nazis, llegados al poder ese año, han derribado su monumento a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. La crisis económica impide que sus proyectos superen el tablero; ha cerrado la Bauhaus después de haberla dirigido durante un breve y tormentoso periodo.
América, América: mutaciones y esperanzas
1937. En su primer viaje a América, Frank Lloyd Wright lo recibe en Taliesin: un raro privilegio que el anciano y vigoroso maestro había negado a Le Corbusier y a Gropius. Desde la exposición que Philip Johnson y Henry-Rusell Hitchock organizaron en el MoMA en 1932, Mies no es desconocido para el público americano. Le llegan ofertas de Harvard, de Nueva York, de Chicago. El arquitecto se debate entre la coexistencia con los nazis y la huida de Alemania. Cuando opta por el exilio, Lilly Reich, su familia y toda una etapa de su vida quedaran atrás.
1939. Aunque Harvard se decide por Gropius, y el MoMA finalmente no le encarga el proyecto del nuevo edificio del museo, la oferta de Chicago se materializa: Mies dirigirá la Escuela de Arquitectura y construirá el nuevo campus del Illinois Institute of Technology. Con sus alumnos americanos, Mies reanuda la experiencia que iniciara en la Bauhaus.
1940. Los primeros tiempos en América son duros. Las dificultades de adaptación y los problemas con el idioma no son ajenos a la estrecha fraternidad entre los emigrados alemanes. Erich Mendelsohn, Walter Peterhans y Ludwig Hilberseimer conversan en una calle de Chicago en presencia de Mies. Este ha contratado a los dos últimos, antiguos profesores de la Bauhaus, como docentes en la escuela que dirige. La guerra en Europa sigue arrojando intelectuales y artistas en las playas americanas.
1941. Nueva vida, nueva carrera, nuevos amores. En una fiesta de nochevieja, Mies conoce a Lora Marx, y ya no se separarán hasta la muerte del arquitecto, aunque, como en el caso de Lilly Reich, nunca llegaran a vivir juntos. La fotografía los recoge a ambos aquella primera noche, umbral de una década de incertidumbre, esperanzas y alcohol.
La etapa americana: vidrio, acero y pragmatismo
1949. Tras la victoria aliada, la economía de guerra en Estados Unidos se transforma. Pronto habrá acero para usos civiles. Mies aguarda su gran década americana, gestando en silencio media docena de edificios que devendrán modélicos.
1950. En el paisaje invernal, la estructura desnuda de la casa para la doctora Edith Farnsworth se ofrece a la mirada del arquitecto. La relación sentimental entre ambos ha comenzado a languidecer, pero sus desacuerdos no han alcanzado aun el grado de acritud que más tarde los llevara a resolverlos ante los tribunales. Gélida y exacta, la casa Farnsworth jamás se construyó como morada de una amante, sino como representación de una idea: huérfana de cerramientos, eleva sobre la nieve y ante Mies su pureza inhumana.
1952. Ante la maqueta del Crown Hall, Mies posa consciente de que se trata de su mejor edificio en el campus del IIT: esa inmensa sala sin pilares interiores albergara la Escuela de Arquitectura. En ella se fundirán simbólicamente sus dos carreras de Chicago, como arquitecto y como pedagogo. Por entonces, Mies lleva ya algunos años construyendo en la ciudad edificios comerciales de la mano de un promotor singular, Herbert Greenwald. El Chicago de Sullivan empieza a ser también el Chicago de Mies.
1955. Seria sin embargo en Nueva York donde Mies construiría su rascacielos más emblemático. En el edificio Seagram el ya anciano arquitecto alcanzo a producir una síntesis de refinamiento tecnológico y perfección clásica que lo elevo a la categoría de paradigma. En aquella ocasión, colabora con Philip Johnson, su primer amigo y propagandista americano. Pero aquella colaboración enfriaría definitivamente la relación, de suyo tormentosa, que los dos arquitectos habían iniciado un cuarto de siglo antes en Berlín.
Epílogo y recapitulación: la senectud y la gloria
1959. En las gradas del teatro de Epidauro, Mies entra en la última década de su vida, esmaltada de reconocimiento público, distinciones y honores. Hermético e inmóvil entre los fragmentos del mundo antiguo, el arquitecto se sabe, en su fuero interior, eslabón de una cadena de creadores que han perseguido obstinados una cierta idea de perfección insensata que hemos convenido en denominar clásica.
1963. Entre los que homenajean al arquitecto emérito, que se recupera de una larga y penosa enfermedad artrítica, se encuentra el Presidente de su país de adopción, Lyndon B. Johnson. Halagado por doctorados honoris causa, condecoraciones y nombramientos, Mies transcurre sus últimos años en el incierto territorio que reúne la soledad privada y el calor público.
1965. Sus discípulos se congregan aun para escuchar sus aforismos herméticos y sus admoniciones banales. Sumo sacerdote de un culto inventado, Mies pontifica ante públicos rendidos de antemano frente al carisma del maestro.
1967. La Galería Nacional de Berlín será su canto del cisne y una reparación simbólica que Alemania ofrece al arquitecto que hubo de exilarse. Supervisando personalmente la colocación de las grandes jácenas, la mirada todavía inquisitiva del anciano contempla en silencio, desde la ventanilla de un Mercedes blanco, su última obra.
1967 (bis). Mies es ya historia. Se busca y se encuentra en las guías de arquitectura alemanas. Le han diagnosticado un cáncer de esófago que acabara con su vida dos años más tarde.
Mucho de lo que hoy sabemos sobre la vida de Mies se lo debemos a Franz Schulze. Buena parte de la información —y la mayoría de las imágenes— con la que está confeccionada esta colección de fragmentos proviene de su Biografía crítica.