Estaciones de tránsito
La muerte del maestro Sota, el Pritzker de Moneo, el congreso de la UIA y el concurso del Prado resumen el año arquitectónico en España.
El año de la mudanza política española ha sido también el de relevantes tránsitos arquitectónicos: la desaparición de Alejandro de la Sota, la definitiva consagración internacional de Rafael Moneo, la cristalización del espectáculo en el Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos en Barcelona y el naufragio del concurso para la ampliación del Museo del Prado en Madrid han señalado con sabor agridulce las cuatro estaciones del año de la arquitectura.
Es frecuente resumir un periodo con edificios, pero 1996 se relata mejor con acontecimientos: ninguno de los proyectos completados durante el mismo resulta a la postre tan significativo como algunos sucesos acaecidos en su transcurso. En el marco fracturado de un mundo a la vez interdependiente e insolidario, y en el ámbito ambiguo de un país donde coexiste la prosperidad económica con la crispación política, el año arquitectónico español se refleja en dos tránsitos personales y dos tránsitos institucionales que compendian lacónicamente las encontradas corrientes que circulan bajo la piel lenta de los días.
1996 ha presenciado la consagración definitiva de Rafael Moneo que, además del premio Pritzker, ha ganado la medalla de oro francesa, la de la UIA y el concurso para construir la catedral de Los Ángeles.
El invierno del maestro
La muerte en febrero de Alejandro de la Sota, el más respetado maestro español, cerró al mismo tiempo una biografía obstinada y un capítulo luminoso de la arquitectura contemporánea en la península. Testarudo defensor de las ideas frente a las formas, De la Sota nos legó obras esenciales, del Gobierno Civil de Tarragona al madrileño Gimnasio Maravillas, así como una desconfianza frente al estilo que elevó a categoría ética, y que sus discípulos `sotianos’ interpretaron paradójicamente con el lenguaje minimalista tecnológico de sus proyectos tardíos.
Pero el invierno de la arquitectura contempló también otros tránsitos. La muerte de François Mitterrand en enero y la derrota electoral de Felipe González en marzo señalaron simbólicamente el final de tres lustros de `socialismo mediterráneo’ en Francia y España, dos países que durante este periodo usaron eficazmente la arquitectura de autor como vanguardia cultural y como propaganda política. Entre la socialdemocracia y la socialopulencia, de los proyectos del presidente en París a las obras olímpicas de Barcelona, arquitectura y poder vivieron un idilio cómplice y fértil.
En febrero fallecía Alejandro de la Sota, un defensor de las ideas frente a las formas, que fue autor de obras paradigmáticas como el Gobierno Civil de Tarragona o el madrileño Gimnasio Maravillas.
Primavera en las cumbres
Rafael Moneo obtuvo el premio Pritzker en abril, y en junio recibió el galardón en lo alto de la colina de Los Ángeles donde se está construyendo la nueva sede de la Fundación Getty. Pero las alturas de Brentwood donde se celebró la concesión de este Nobel oficioso de la arquitectura no fueron las únicas visitadas por el navarro, que en el año recibió también la medalla de oro francesa y la de la Unión Internacional de Arquitectos, y que cerró elegantemente su círculo de éxitos internacionales derrotando a los californianos Frank Gehry y Thom Mayne en el concurso para construir la catedral católica de Los Ángeles.
Significativamente, el Pritzker premió en Moneo un rigor tradicionalista que se encuentra en el extremo opuesto del vanguardismo figurativo de su hoy colega en Harvard Rem Koolhaas, el holandés cuyo monumental manifiesto SMLXL ha sido el libro más discutido del año; un arquitecto, por cierto, que también ha obtenido en Los Ángeles su encargo más importante de la temporada, al ser elegido en mayo para diseñar una colosal ampliación de los Universal Studios, que no renuncian a competir con el imperio Disney en el terreno fascinante y equívoco del ocio.
En Barcelona, la masiva asistencia de público transformó el congreso de la Unión Internacional de Arquitectos en un espectáculo mediático, mientras en Madrid el concurso del Museo del Prado quedaba desierto.
Verano y humo
La condición amable del estío sirvió de marco en Barcelona a un congreso de arquitectos equidistante entre el concierto de rock y el mitin político. Desbordada por la asistencia multitudinaria, la primera sesión del caótico evento tuvo lugar al aire libre, frente al museo de Meier, trasladándose en jornadas sucesivas al mayor recinto cubierto de la ciudad, el Palau Sant Jordi que construyó Isozaki para los Juegos Olímpicos. Durante tres días de julio, el espectáculo de la arquitectura se transformó en el espectáculo de los arquitectos, celebrados y acosados como estrellas mediáticas.
Entre ellos, ninguno tan popular como Peter Eisenman, que ataviado con una camiseta del Barça predicó el evangelio de ‘lo informe’ —bien ejemplificado por su Centro Aronoff de Cincinnati, terminado en agosto— o, sobre todo, como Norman Foster, que debió huir de un enjambre de paparazzi más interesados en su boda con la española Elena Ochoa —celebrada finalmente en septiembre— que en su arquitectura colosal y minuciosa, tan admirada por el alcalde Maragall, y que se extiende desde el Berlín de la ‘nueva simplicidad’ hasta el Hong Kong del vertiginosamente acelerado borde pacífico de Asia.
Un otoño sin proyecto
El otoño anticipó su tinte melancólico con el fallo que dejó desierto el concurso internacional para la ampliación del Museo del Prado, en un episodio más de la accidentada historia reciente de la primera institución cultural española. La exposición en el mes de octubre de los más de 500 proyectos presentados puso de manifiesto que las razones del naufragio se hallaban ya en las bases primitivas, cuya confusión indecisa es sólo un reflejo del rumbo azaroso de esta pinacoteca a la deriva, que el nuevo gobierno conservador espera convertir en su nave insignia.
Tampoco fue un éxito la Bienal de Venecia, que clausuró sus embarulladas metáforas sísmicas en noviembre, después de homenajear a Philip Johnson, Óscar Niemeyer e Ignazio Gardella, y de premiar, entre otros, al catalán Enric Miralles. Más energía que la ciudad de la Laguna mostró la de los papas, que llegó a las navidades embarcada en un amplio programa de regeneración urbana, cuyas piezas centrales realiza el genovés Renzo Piano, y que tiene la mirada —como el Londres del milenio— fija en el ya muy próximo año 2000.