La arquitectura es coral: la conciben, construyen y disfrutan muchos. Corales en su diseño, su materialización y su uso, los proyectos admiten la intervención de solistas, y es inevitable asociar obras ejemplares a un autor carismático, un contratista exacto o un cliente visionario. La dimensión colectiva de la arquitectura no excluye la participación de individuos decisivos, y de hecho es su presencia la que impide la deriva hacia el anonimato corporativo. En muchos estudios, la transición desde una organización dirigida por un fundador hacia otra más policéntrica es a menudo difícil, y tal es el desafío que hoy aborda la Office for Metropolitan Architecture. ¿Cabe reforzar la imagen de marca, intentando decantar los rasgos que la hacen singular? ¿O es más razonable otorgar a cada socio una autonomía intelectual y estética, diluyendo la identidad compartida pero evitando la homogeneización corporativa?
Los despachos que, siguiendo el modelo de The Architects’ Collaborative de Gropius, han procurado llevar la colectivización del diseño a sus últimas consecuencias, terminan produciendo arquitectura mediocre. La evolución de Skidmore, Owings and Merrill, que sobrevivió a sus fundadores para conocer una edad dorada con algunos socios brillantes y entrar en decadencia cuando faltaron ellos, es un ejemplo pedagógico del conflicto entre valores corporativos y riesgo proyectual. En sentido contrario, la superviviencia improbable de Zaha Hadid Architects tras la desaparición prematura de una figura de caligrafía y presencia tan singulares como la arquitecta angloiraquí sólo puede atribuirse a la autoridad de quien la ha reemplazado, y otro tanto cabe decir del despacho del malogrado Enric Miralles, que continúa bajo las siglas EMBT y el liderazgo de su viuda, algo que muchos juzgaron imposible por la extraordinaria idiosincrasia del lenguaje artístico del arquitecto catalán.
Esta monografía ofrece un retrato borroso de la Office for Metropolitan Architecture en tránsito, con el protagonismo de un conjunto de socios de fuerte personalidad y larga experiencia, y también con la incertidumbre de si su trayecto va a discurrir por el camino de TAC o SOM, procurando reforzar su identidad colectiva y subordinando las individualidades al conjunto, o si se decide más bien por un modelo plural que permita a cada uno de sus componentes afirmar sus rasgos distintivos, en las formas de gestión y en la gestión de las formas. El capital acumulado de investigación y propuesta, que se suma al acervo no menos valioso de notoriedad y prestigio, hace conjeturar que esta imagen incierta de la oficina en tiempo de mudanza acabará delimitando su perfil, y que la OMA unánimemente admirada sabrá ser coral sin ser corporativa. El concierto de la arquitectura exige una orquesta, y la Office for Metropolitan Architecture puede hacer gran música sin prescindir de solistas.