Gente 

Temblor austral

Lecciones del sismo de Chile

Alejandro Aravena 
31/12/2009


8,8 en la escala de Richter es algo brutal. Dado que es una escala logarítmica, el sismo fue 500 veces más fuerte que el de Haití. La tierra se licuó; fue posible ver a ojo desnudo las ondas sísmicas propagándose por la tierra como si se tratara de ondulaciones en un líquido. En contraposición, el mar se volvió sólido, literalmente; las olas, además de agua, traían árboles, casas, autos, contenedores, barcos y cuerpos. El deslizamiento violento de las placas geológicas produjo un volumen de agua que se movía a 750 km/h. A medida que se acercó al continente y disminuyó la profundidad del fondo marino, el volumen se movió más lento, pero también se hizo más alto; en algunas partes de la zona central de Chile se encontraron lobos marinos 40 metros arriba de los árboles. El maremoto borró ciudades completas.

8,8 en la escala de Richter produce una destrucción brutal. Chile quedó sin agua ni luz. De un total de un millón de viviendas existentes en la zona afectada por el sismo, unas 100.000 fueron destruidas y otras tantas deberán ser demolidas. Un total de 300.000 viviendas sufrieron daños importantes; 17 hospitales quedaron inutilizables, los puertos cerrados, los aeropuertos fuera de operación. Un 40 por ciento de los colegios no pudo empezar el año escolar a tiempo (marzo) porque los edificios estaban dañados. Muchas cárceles colapsaron y los presos escaparon (salvo en Constitución, donde el alcaide, por razones humanitarias frente al peligro de derrumbe, dejó salir a la población penal con la condición de volver al día siguiente: el 90% de los reclusos volvió). El nivel de destrucción generó tal sensación de caos, inseguridad y posible desabastecimiento, que el lado más oscuro de Chile salió a flote: una ola de saqueos y violencia azotó las ciudades. Se ordenó el estado de sitio, los militares salieron a las calles y durante la noche se impuso el toque de queda. El coste de los daños se ha estimado en unos 30.000 millones de dólares.

8,8 en la escala de Richter mató (o tiene desaparecidas) cerca de 500 personas. ¿Cómo es que un sismo de esta magnitud no mató a cientos de miles de personas? Más aún: ¿cómo es que un país con una renta per cápita de apenas 7.000 dólares se las arregló para construir estructuras que evitaron una mortandad masiva? Yo sintetizaría la respuesta diciendo que fue gracias al pragmatismo, agudeza y precisión de la norma sísmica chilena NCH 433. Explico: Un sismo es básicamente una cantidad enorme de energía que le entra a una estructura, la cual tiene que poder ser disipada. Cuando la energía es poca, la estructura libera esa energía dentro del rango elástico: se mueve para disiparla y luego vuelve a su posición original. ¿Pero qué pasa cuando la energía en mucha? Si Chile fuera un país rico, simplemente pagaría el costo de elevar el rango elástico de respuesta; a precio infinito, resistencia infinita. Pero, ¿qué se hace en un país donde ni el Estado ni las personas tienen capacidad de pago suficientes para asumir el costo de una resistencia infinita? La inteligencia de la norma sísmica chilena radica en que, para terremotos sobre una cierta magnitud, acepta como parte del diseño que en las estructuras haya rotura, pero no colapso. En vez de simplemente exigir una capacidad de resistencia ideal —lo que haría que nadie cumpliera la normativa por el coste que ello implicaría—, se acepta que los edificios se rompan para liberar el exceso de energía, pero con la condición de que no haya colapso para salvar vidas humanas. Para lograr este objetivo, la norma ha incorporado sistemáticamente conocimiento empírico recogido después de cada sismo. Por ejemplo, era un hecho que en Chile se construía desde siempre con muros, básicamente con albañilerías reforzadas con pilares y cadenas de hormigón armado. Una de las virtudes de los muros es que cuando sobrepasan el umbral elástico de respuesta a la excitación sísmica se rompen pero no colapsan. Una de las cosas que aprendimos en el último terremoto (marzo de 1985, 7,9 en la escala de Richter, 100 muertos), es que no sólo es importante que el sistema constructivo tenga una mayor probabilidad de intrínseca de no colapsar, sino que además se verifique que el periodo natural de vibración de la estructura no coincida con el periodo de vibración del suelo para evitar así que ambos sistemas entren en resonancia. En Chile, ambos períodos tienden a ser distintos. En México, a las pocas semanas del terremoto de 1985, un sismo 6,8 (es decir 30 veces menos que el de Chile) dejó 20.000 muertos. La razón fue que en todas aquellas zonas de relleno del antiguo lago, el periodo de vibración del suelo coincidió con el de las estructuras de pilares y vigas, lo que hizo que entraran en resonancia. Y lamentablemente la coincidencia ocurrió en un sistema estructural, el de pilar y viga, que una vez que se rompe, colapsa. En todo caso, más del 80 por ciento de las edificaciones dañadas en este terremoto en Chile eran de adobe, construidas con anterioridad a la normativa.

¿Qué es lo nuevo de un sismo de magnitud 8,8? El maremoto. Chile no tenía internalizado cómo enfrentar un tsunami. Si el sismo se puede enfrentar a escala de arquitectura, el maremoto debe ser enfrentado a escala de ciudad. Nuestro urbanismo de ahora en adelante deberá cambiar, incorporando en las condiciones de base del diseño urbano las zonas de riesgo de tsunami y las obras urbanas de mitigación de impacto de maremoto. Sabemos ya por la experiencia japonesa que las obras masivas para resistir las olas son ineficaces y muchas veces contraproducentes. Lo que probablemente veremos de ahora en adelante serán primeras líneas de frente de mar con bosques disipadores de energía, bajo los cuales habrá zonas de topografía artificial rugosa que aumenten la fricción, todo ello combinado con sotobosques capaces de detener escombros y materiales sueltos, que son los más peligrosos para la población. Probablemente veremos modificaciones artificiales en las batimetrías costeras que disminuyan la profundidad. Frente a amenazas geográficas, respuestas geográficas.

¿Podríamos hablar entonces de ciudades 8.0? El propio tratamiento del borde costero es una pista para entender la manera en que podríamos usar esta catástrofe como una oportunidad. Si de ahora en adelante es esperable que nuestras ciudades costeras tengan costaneras con bosques, sombra en vez de sol, ello no es sólo una obra para reducir riesgo, sino a la vez una mejora urbana. La localización de parques arbolados frente al mar es el tipo de operaciones que reparan la deuda histórica de nuestras ciudades con el espacio público y con la calidad de vida.


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